miércoles, 26 de diciembre de 2007

Un brindis entre piratas


Los viajeros sólo desean llegar y partir de los puertos, nunca permanecer. En los puertos, la vida suele ser bastante aburrida. Hay artistas, payasos y toda clase de juglares que intentan entretener a los marinos. Hay amoríos para acompañar la soledad y juegos de todo tipo para distraer la ansiedad.

Al atardecer o quizás en el amanecer de los sueños, el marino siempre vuelve a asomarse a esa mágica sensación de que la vida empieza al borde del abismo que separa los mundos. El mundo de los muertos que parecen vivir y el mundo de los vivos que simulan estar muertos.

La aventura el allá, más allá, en el Mar de Nunca Jamás en donde Alguien siempre sabe que es Nadie. Al marino no le interesan las noticias que circulan en la Tierra de Siempre. En esa tierra la realidad es solamente la moneda que anota el tesorero en el “haber” de la ausencia.

En esos términos parece que o nos vamos para siempre de esta comarca o para siempre le encontramos un buen atajo a nuestra locura.

Todos los días nos vemos obligados a escoger entre ser el guerrero-pirata-loco-extraterrestre o el lamemocos cotidiano que solo quiere casarse-tener hijos-jubilarse de la angustia-escribir el libro-alquilar el dpto-comprar marihuana para llenar de escombros su vacío.

Sí, por supuesto que es más cómodo viajar en silla de ruedas sobre la autopista de las emociones controladas. Es más cómodo que andar rengueando por caminos desconocidos. Nos proponen el asilo de la ortopedia a cambio de nuestro miedo a la oscuridad.

Este 31 de diciembre, uno de los días en donde el color gris alcanza su mayor brillantez, quizá sea bueno asomarse nuevamente a esa peligrosa escollera que se oculta más allá de nosotros mismos. Y voy a brindar con ustedes, mis amigos, para que esa noche nos encontremos en el espacio imaginario de los deseos.

Brindo por todos aquellos que insisten en desconocer el misterio de la existencia. Porque a las doce de la noche cierren los ojos y que cuando los vuelvan a abrir el escenario sea distinto y la obra maravillosa.

Brindo por los intrépidos que hoy están tristes, por los vagabundos que se creen perdidos, por los rebeldes que a veces creen resignarse, por todos los tímidos poseedores del secreto. Que se les cumplan los peores propósitos, que cometan las peores fechorías, que gocen en el peor momento, que sigan siendo polizones y que nunca saquen pasaje, que nunca los agarren, que siempre lleguen a tiempo, que si llegan tarde sea lo más, que si no parten es porque ya llegaron.

Brindo por mis invisibles amigos, los que creyendo saber saben que no creen, los que pudiendo querer no quieren poder, los que deseando vivir viven simplemente deseando.

Que funden su reino, que encuentren su magia, que hagan la fiesta, que amen su amor, que alguien los encuentre.

Y de no ser así, que el mundo se pudra en la pesadilla que nos sugieren.


Enrique Symns - “Invitación al abismo” (Editorial de la revista Cerdos & Peces Nº 7 – Diciembre 1986)

martes, 6 de noviembre de 2007

(INTERVALO) Entrevista

Publicada en la Revista Güarnin - mayo del 2006

Por Pablo Tassart

LOS REDONDOS, NIETZSCHE, BURROUGHS, COCAINA, POESIA, LUCA, SEXO, ROCK CHABON Y LA INFATIGABLE TEORIA DEL COMPLOT, SON ALGUNOS DE LOS TEMAS QUE ENRIQUE SYMNS DESGRANA A LO LARGO DE ESTA ENTREVISTA. UNO DE LOS POCOS PERSONAJES INDOMABLES DE LA CULTURA ARTÍSTICA MARGINAL DE LAS ULTIMAS DOS DECADAS. ABRE LA BOCA Y NO QUEDA NADIE EN PIE.

Memorias de un viejo indecente

Enrique Symns no se cansa de decir que ya tiene 60 años y que quiere vivir en la leyenda. Con su melena de canas largas, encarna una especie de profesor locovich diabólico que afirma que no se avergüenza de no tener nada: “Esta ropa que tengo puesta no es mía, me la regalaron”. Se confiesa mientras se le escapa su rosada panza por entre los huecos de una camisa a la que le faltan algunos botones.

“Y que querés: me quedé pelado, estoy gordo, las chicas no me quieren besar porque se me cayeron los dientes”, se lamenta por celular ante un hipotético Sebastián Ortega durante su obra Un guión para Tinelli, en el Café Ghandi. La misma se realizó todos los sábados hasta el 1º de abril junto al actor Hector Ledo y fue escrita por Symns cuando estuvo viviendo en el Bolsón.

“Tres días sin dormir, mucha merca, pum-pum, y listo”, cuenta riéndose y acaparando la tensión de todo el bar La Perla, donde se realiza la nota. Por esos pagos del sur también hizo radio en la FM comunitaria ALAS, hasta que se cansó de ver lo poco que cobraban quienes allí trabajan.
Igualmente hoy sigue haciendo radio. En AM 1110 Ciudad, hace La noche del cazador todos los viernes de 22 a 1, según él sólo para poder pagar el alquiler de su reciente retorno a Buenos Aires.

El héroe del whisky, como lo llamó alguna vez el Indio Solari, saborea su ginebra de las cinco de la tarde y muestra su libro próximo a salir. Según Symns, En busca del asesino, es un thriller real sobre un crimen en el que él estuvo involucrado. “Es mejor que el otro pero se va a vender menos”, analiza refiriéndose a la publicación El señor de los venenos, que ya va por la 3º edición y en el que cuenta sus aventuras y recuerdos de la época en la que era el monologuista oficial que abría los shows de los Redonditos de Ricota hasta comienzos los ‘90.

Años en los que flameaba como bandera under su revista Cerdos y Peces. En ésta, además de notas a las nuevas figuras del rock (el Indio llegó a publicar poesía y dibujos bajo un pseudónimo) o del teatro independiente, Symns inventaba fabulosas entrevistas con Miky Rourcke y o firmaba notas simulando ser el escritor William Burroughs.

De allí surgió su teoría del Complot, por la cual afirma, todavía hoy, que la humanidad está controlada por leyes absurdas, considerando la familia y el hogar como uno de los instrumentos de dominación que posee el sistema. En este contexto aparece el espacio de lo salvaje del bar cómo lo opuesto a la domesticación familiar.

- ¿Qué te sugiere que en Castelar haya un bar que se llame Tarzán?
Y mirá, dentro de lo que es la construcción tremenda que es la ciudad, que consiste en la eliminación de toda trasgresión con lo regular de sus calles y sus veredas. Es la encarnación del capitalismo. O sea te educan desde niño para tres cosas: estudiar, trabajar y casarte. Eso es el proyecto de la ciudad. Y ahí se terminó la aventura, dejás de ser un niño y te convertís en uno de esos bastardos que andan por acá.
El bar ante esto es el último lugar en donde todavía existe la aventura posible. De que te pase algo distinto. En los otros lugares nunca te va a pasar más nada, ¡y menos en el hogar! En el bar entonces están las conversaciones transgresoras, están los amigos marginales, los intelectuales, las putas. Hasta los posibles romance. Y por lo tanto lo llamo la selva. De ahí puede estar la posibilidad de ser un Tarzán. Aunque sea por un rato. Porque el bar, si bien es el último reducto, la última porción de selva que le queda a la ciudad, es muy pequeño.
El repaso por el oeste nos lleva a los vagos recuerdos de Enrique y sus visitas al Indio cuando vivía en Ramos Mejía. Pero también a Hurlingham y a su música.

-¿Qué opinas de Divididos y Las Pelotas? ¿Cuánto hay de Sumo allí?
Son los hermanitos menores de Luca, muy menores. Divididos no me gusta, Las Pelotas un poco más, por su experimentación. Pero no es lo mismo, yo lo extraño a Luca. Era un gran creador, el mejor de todos. Un tipo de una enorme cultura. Él se hacía el bruto pero no lo era.
La última vez que me lo encontré a Luca estaba haciendo algo distinto en el Parakultural. Él ya estaba podrido de Sumo, del éxito. Porque él vino y trajo una música alucinante, pero era todo lo que ya sabía, por eso creo que de lo que estaba podrido era de él. Además no tenía competencia porque Los Redondos no existían comparados con él. Ellos nunca podrían haber llegado a tanto si Luca no se moría. No porque no tenga talento el Indio, sino porque Luca era lo máximo. Tenía algo que ellos no tenían, era un Jim Morrison. Yo siempre lo digo: ‘vos veías caminar a Luca por la calle Corrientes, y la calle se movía’. Un loco, un demente… Ya no hay más de esa especie!

- Lo último que había escuchado de vos antes de los del libro era un tema que grabaste con los uruguayos de La Tabaré, “Soy un virus”. ¿Con esto te referís al viejo Complot?
Sí, pero es algo serio. Lo he hablado con virólogos. La palabra es un virus traído por extraterrestres para dominarnos. Ellos se alojaron en el cerebro de los monos hace millones de años y les enseñaron a hablar para poder sobrevivir. Cuando los monos hablaban ellos respiraban. Pero es una teoría que no es mía. Lo podés rastrear en Tótem y tabú de Freud o en El trabajo de Burroughs.
Porque el origen de la palabra es un misterio, es imposible hablar. Pero lo han logrado junto con otras invenciones: palabras, letras, el dinero, el trabajo, Dios. Imaginate, ¡la nada!

- Y la noción del tiempo ¿Cómo juega?
Otra invención. Porque los científicos se olvidan de que el tiempo y el espacio no existen, son leyes creadas por la mente. ¿Qué es lo que nos transforma en esta especie de monos especiales? La invención del calendario. Porque, como diría Artaud, ‘cuando crearon el reloj nos hicieron esclavos de nuevo. Nos sacaron el grillete de los tobillos y lo pusieron en la pulsera’. El reloj te mata, te va envejeciendo, te va destruyendo la vida. Por eso es hermoso ver a un hombre con el ojo de un tigre, acechando al tiempo para matarlo.

-¿La educación es parte del complot? ¿Para qué hay que estudiar?
Al final hay que estudiar porque tenés que aprender a utilizar el lenguaje. Yo veo a los niños chiquitos y es maravilloso. Un niño hasta los tres años vive 7 mil años, porque no existe el tiempo. Luego con el lenguaje, se le empiezan a transmitir conocimientos, entre ellos el tiempo. Lo agarra una maestra (¿sabés que quiere decir maestra? Amaestradora) y lo convierte en un panadero, en un estudiante de sociología, ¡en una mierda! Sin sueños, sin poesía. ¿Cuántos quedan que sobreviven a ese matadero de almas en que consiste la educación? Porque un ser humano lo que tiene que hacer es nunca dejar de ser niño. O sea ser un duende. Porque un duende es eso: es un ser escondido en el rostro de un viejo.

-¿Y ser un duende que implica?
Nunca rendirse. No saber nada. Es como si vos fueras el extraterrestre que mira a los mandriles vivir. Y encima una vida impiadosa, desagradable. ¡Viven en parejas! No conozco una sola pareja que sea feliz. Se casan y dejan de flotar. Empiezan a preocuparse. Dejan de coger, de besarse la concha. Se convierten en cajas de seguridad, cuidan la economía. Porque la base del capitalismo no es la familia, es la pareja. La base de la maldición del mundo es que un hombre y una mujer se enamoren. El amor es una psicosis colectiva. ¡Cuando el hombre se enamora se convierte en un imbécil! En un degenerado. Lo dijo Freud: ‘el encuentro entre el hombre y la mujer es imposible’, porque cuando el hombre se enamora busca a su madre (¡mirá que mierda de sujeto!) y la mujer busca en el hombre a Dios, busca algo más misterioso. Pero no lo encuentra. Ninguno encuentra al otro, entonces se forma ese nido de frustraciones donde comen, duermen, cagan, tienen hijos y reproducen la maldición.

-Vos siempre dijiste que la única manera de escapar del Complot era a través de la locura. Hoy en tu obra, Un guión…, el discurso que primero es políticamente correcto cambia cuando las drogas hacen efecto ¿El punto de contacto es que el gobierno del inconciente es lo que permite sustraerse, aunque sea por momentos, del complot?
Puede ser. Yo por ejemplo la locura la pude experimentar a través de las drogas. La que más me llevó adentro de fue la cocaína. No el ácido lisérgico o la mezcalina que me metieron en experiencias excepcionales o que me asustaron. La cocaína es la que me introdujo en el manicomio de mi cerebro. Me metió en las cadenas asociativas. Me hizo ver lo que es el cerebro, que es como una radio en la que hablan los demás. Porque yo soy un sujeto hablado, en el que hablan mis padres, mis abuelos, no yo. Entonces cuando vos comprendés que sos hablado y te ponés a escuchar la radio que habla, ahí comienza la locura… o el psicoanálisis. Yo elegí el camino de la locura. Entonces cuando vos tomás cocaína y te pasás días sin comer y sin dormir, llegás a lugares del cerebro impensados. Niesztche lo decía así: ‘cuando vos mirás el abismo, el abismo te mira. Y le gustás’. El inconsciente quiere que vos hagas eso. Que sufras, para que él goce.

- En tus notas y libros es constante la mentira. O sea citar autores o firmar con nombres falsos. ¿La mentira es un recurso para salir del complot?
Pero esas no son mentiras. Son trucos lingüísticos. Por ejemplo si yo tengo algo importante para decir se lo adjudico a otro, porque si lo digo yo nadie me da bola. ‘Entro a tu casa y cago en el comedor, ¡la concha de tu madre! ¿De quien es el comedor? ¡Mi metro cuadrado es mío!’, dijo Nietzsche. Entonces todos dicen ‘¡Ah que bien!’ Pero si lo dije yo, nadie me da bola.
Pero la mentira es otra cosa. Por ejemplo vos estás casado. Conocés a una chica, te la cogés. Vas a tu casa y no tenés por qué contarlo, ¿por qué vas a hacer daño? Eso es una mentira. Hay derecho a tener secretos. Pero te dio el teléfono. La llamás. Y le decís a tu mujer que vas a trabajar. Dos mentiras dan un engaño. Y después con el tiempo se hace tu amante. Muchos engaños dan traición. Entonces la gente está acostumbrada a traicionar. Todos viven traicionando.
¿Vos por qué creés que los rockeros no me dan bola? Tipos que son ricos, que hasta hace poco tiempo veía. Porque yo soy testigo de esa traición que hicieron. Porque siempre quisieron eso. Tener una pileta llena de conchas, con cámaras de video, sanguches de solomillo de no se donde y viajar en un avión jet-set.

- Después de lo que pasó de aquella discusión por el caso Bulacio, en la que les reprochaste el no haberse puesto al frente de los reclamos ¿volviste a tener contacto con alguien de Los Redondos?
Al Indio nunca más desde aquello, pero me gustaría verlo. Cuándo llegué a Buenos Aires los vi a Skay y a Poli. Están hechos dos gorditos. Son dos pelotudos. En cambio el Indio sigue siendo el mismo tipo sufrido. Millonario pero malo. Siempre le molestó la gente, nunca podría haber estado como nosotros en este bar. Por eso me gusta, porque es un jodido.

– A pesar de la pelea siempre noto en vos un tono de cariño para con él, por más que lo critiques.
Sí porque yo lo amo. A él y al Semilla (Bucciarelli). Por ejemplo las canciones que me dedicó son geniales. En El héroe del whisky el me trata de frívolo y tenía razón Yo cogía todo el tiempo y me encantaba. Y en el otro (El blues de la artillería) también todo es cierto. ‘Que cabe todo lo mío en una maldita valija’, estoy orgulloso de eso, de no tener nada. Ese tema es todo un halago. Pero después se metió con que yo vendía merca (‘Líder dealer sin freno…’) y era cierto también. Pero, como dije en ese momento, yo vendía cocaína porque era un tipo honesto. No andaba inventando canciones que ‘viajo en trenes’ y resulta que después me compro mansiones de lujo. Pero bueno, fue una pelea muy dura, muy desgarrante. Pero yo los amo. Es más el disco que más me gusta es justamente La mosca y la sopa, después no hicieron nada más bueno.

-¿Qué te parece lo que están haciendo hoy?
Bueno El Indio todavía tiene algo. Del último disco tiene un tema muy bueno. Lo de Skay no me gusta. Del resto del rock de acá casi no conozco. El ‘rock chabón’, me parece patético, sin poesía, sin música. Pero además me parece asqueroso que el rock se haya puesto de moda y se codeen con el jet-set. Porque lo peor que le pasó a la música es Santaolaya. Es un vendedor de almas, un Tinelli. Por eso ganó ese premio de mierda. Yo me acuerdo que los Bersuit, eran buenísimos! Me encantaba el peor disco que hicieron, Don leopardo. Era el mejor! Hasta que después los agarró este tipo y empezaron a hacer discos de mierda y a decirle cosas emocionantes y cálidas a la gente.
Porque son un clan. A todo el arte le está pasando algo siniestro: la pintura tiene el curador. El productor es más importante que el músico. ¿Cómo es esa mierda? O sea que Van Goh no hubiera existido, Beethoven tampoco si no fuera por el intermediario. Yo fui a presentar mi libro y un editor que quiso venir a decir cómo tenía que escribir. ¡Lo mandé a la mierda!




EXTRA QUE NO SE PUBLICÓ

Eso es lo único que se. Y además que hay una infelicidad tremenda rondando el alma de la gente. Y que lo único que está prohibido es el éxtasis. Y lo provocan muy pocas cosas: el sexo, el cariño y las drogas.

- ¿Y por qué está prohibido?
Eso te lo va a contar Freud. Con la prohibición del incesto. Por qué te parece que lo único que está prohibido en todas las sociedades no está escrito en ninguna ley. Sabías que yo puedo coger con mi madre y no está prohibido por ninguna ley. Porque es un tabú. El tabú es el secreto. El malestar de la cultura está sostenido por ese secreto. Y la familia entera está contraída en base a eso: no podés coger con el tío, con el abuelo, con el cuñado, con la suegra. Y lo único que hay que coger es todo eso y está prohibido. Y lo te dejan a tu esposa que es lo más inverosímil. Lo único que no hay que cogerse en este mundo es a tu mujer. ¡Es atroz!


- ¿Porqué es atroz?
Y porque es una porquería tu mujer. ¿Quién es? No la conocés. No es la perversión total. No es aquella nena que le querés chupar la concha, no es ti vieja. No es nada, entendés.
A mi me cogió mi tía, por ejemplo. Si no te cogió tu tía estás cagado. Alguien tiene que meterte en el territorio de lo perverso. Y convertirte en un perverso poligámico. O sea la monogamia es un invento sacerdotal. La fidelidad, todo ese sorete inmundo, para que la gente no haga nada. Para que se estanque la energía. A los frígidos les conviene. Por eso el SIDA cayó tan bien ¡Qué buena noticia para la Iglesia Católica! Fue tremendo para nosotros. En los ’80 con todos los rockeros nos chupaban la pija siete, ocho mujeres y nosotros chupábamos conchas todo el tiempo ¡Era maravilloso! Ahora llegó el SIDA y se terminó todo.

***

Foto: La Capital

sábado, 13 de octubre de 2007

¿Qué diablos o conejos es esto? ¿Se mueve como quien va muy apurado o se tambalea como un ebrio haciendo equilibrio? ¿Será que cuando alimento este juego con sangre y madera, con horas y rones, con cansancio y maldiciones, entonces algo simula moverse para darme consuelo? Pero, ¿se mueve o se aquieta? Y si se mueve, ¿sobre qué cristos o trompos lo hace? ¿Se mueve a los saltos como si esquivara navajazos o simplemente se desliza sobre el gargajo del tiempo? ¿Navega o se hunde? ¿Gira o se retuerce? ¿Se arrastra o camina? ¿Qué dioses o tuercas es esto?

Enrique Symns - "Invitación al abismo"

viernes, 21 de septiembre de 2007

La antilocura nos gobierna

Por el Licenciado José Luis Galeano

El estado del alma más excitante y conmovedor que han conseguido describir los arqueólogos de la aventura es el de la locura. Es casi el estado puro, salvaje del alma, un estado que al desconocerse se torna imposible de imitar.

Lo primero que se aprende en esta profesión es a reconocer a un falso loco. Con el tiempo se aprende a desenmascarar casi inmediatamente el esfuerzo del deteriorado por hacerse pasar por loco: viviendo en la insensibilidad, quiere atravesar la aduana que él mismo colocó en las fronteras de la razón para protegerse del fuego de la sensibilidad.

Ahora bien, ¿por qué un tipo que no está loco intenta serlo o parecerlo?

Una pregunta más interesante: ¿Es posible mediante el trabajo, la voluntad, el entrenamiento cotidiano volverse loco?

Este valor que adjudico a la locura merece una aclaración: se desvaloriza la locura desde una falsa descripción de ella y, sobre todo, señalando el intenso sufrimiento en el que vive inmerso aquel que la padece. El sufrimiento existe y es producido por el reflejo de rechazo que produce entre la mayoría de los hombres esa experiencia terminal a la que tiene acceso prohibido. El poderoso tabú resignifica el estado de gracia como peste peligrosa.

Por otra parte, lo que la psicopatología define como locura no son más que ímprobos esfuerzos por evitarla. El psicópata, por ejemplo, representa el polo opuesto, la anti-locura. Es el ser que intenta forzar la naturaleza de los acontecimientos para ajustarla a los designios de un plan que oculta su absoluta inseguridad ontológica. Porque un loco es un tipo que no se siente inscripto ni desinscripto en ninguna posible descripción de sí mismo.

La paranoia también expresa una profunda desconfianza hacia el proceso en el que se desenvuelve su propia presencia. El paranoico, estando cercano a ella, abandona la posibilidad de acceder a la gracia para vigilar todos los acontecimientos que podrán provocar desequilibrios y hacerle perder un estado existencial que en realidad no ha conquistado.

La gran utopía paranoica consiste en cuidar obsesivamente algo que en realidad no se posee. Si el psicópata es un invasor del entorno que vive acicateado por las puñaladas del miedo, el paranoico es un compulsivo defensor que protege una fortaleza vacía.

El neurótico es el diseño ya objetivado que construye la anti-locura. Es el dibujo congelado de esa fuga del éxtasis. Está tan completamente anti-loco que ha elaborado un engendro: el “sí mismo”, la Identidad. Como nunca se siente debidamente constituido y protegido por esa identidad, la busca obsesivamente, la imita de otros que a su vez la imitan.

Creo que se denominó Dios al primer hombre que se volvió loco. Fue un paranoico que, sospechando esencialmente del relato del psicópata, terminó negando la experiencia de la locura.
El cuarto hombre fue el engendro producido por los relatos del psicópata y el paranoico. El neurótico ni siquiera conoce la posibilidad de la existencia del primer hombre.

El segundo Dios fue el primer hombre que no se volvió loco. Sobre ese Dios neurótico se montaron las civilizaciones, las filosofías y -especialmente- los lenguajes, que son sólo complejos dispositivos de la mentira. Porque el mundo, su entraña, está constituido por una gigantesca mentira. De la verdad sólo queda un dolor en los pliegues más profundos del abismo del alma, una inquietante angustia que es solamente el pus de esa herida. El único Dios fue encerrado en los manicomios de la mitología. Cuando un pintor, un músico o un poeta logran robar una frase, una frase del Dios que pudieron haber sido, una imagen de ese mundo extraviado, un sonido del más allá; cuando el tipo que ha tomado LSD comienza a percibir imágenes que rasgan la ilusión y desenmascaran el complot que es la realidad; cuando el “loquito” en el manicomio establece una otra relación entre los fenómenos, lo que sucede, en todos esos casos, es que el Dios enterrado en los laberintos de la mentira mental está intentando romper el ataúd de creencias en el que ha sido enterrado.

La vida es un estado de gracia. La vida es la locura de la materia.

Hace siglos que el cáncer de la anti-locura ha establecido sus redes virósicas, reemplazando el tejido vital. A aquellos que duden de mis afirmaciones les propongo que hagan un simple experimento. Consíganse un aparato y miren una célula. Olviden todas las idioteces que las palabras han dicho sobre ella. Si la célula está viva, podrán observar la locura que la constituye. Verán también la dicha de esa locura. Verán que toda su danza, su movimiento, su búsqueda, es el intento alucinado de realizar algo imposible: dejar de estar sola.

Enrique Symns - “Invitación al abismo”

Foto: Ramón Acevedo Arce, Chile

martes, 11 de septiembre de 2007

Festivales de rock: Tolstoi tiene la culpa

Por Elsa Cicuta



El libro La guerra y la paz no lo leí. Vi la peli, que es muy larga, aunque las escenas de combates son muy buenas. Mentirosa, la peli, claro, porque hace quedar a Napoleón como un boludo. Y si hubo un tipo en el mundo que no fue boludo ese fue Napoleón. Los rusos lo único que tuvieron fue suerte, la suerte de tener nieve. Si en vez de nieve tenían pampa seca o llanura, Napoleón los arrasaba: los rusos no hubieran sido más rusos sino franceses y Hitler ganaba la segunda guerra mundial porque al entregarse Francia (cuyo territorio hubiera incluido la Rusia conquistada por el Napo) Alemania no necesitaba dividir sus tropas, y entonces a los ingleses se los comían con papas a la créme.

Tolstoi, a todo esto, también sería ruso-francés, y en vez de esa maldita “y” hubiera puesto la bendita “a”. Es decir, como dios manda: La guerra a la paz. La guerra es una obra de arte que resiste el paso del tiempo. Pasan y pasan las modas pasajeras de la paz y ¿quien se acuerda? Los guerreros son tipos piolas y los pacifistas son esos boludos que andan siempre contando gaviotas.

¿Y qué me dicen de La paz? Por culpa de la nieve rusa, ese bar de la calle Corrientes no se llama hoy La Guerra y, en vez de esos pajarones que se psicoanalizan o escriben, estaría lleno de malevos al estilo del Rufián Melancólico, que si me habré hecho pajas con ese auténtico superhéroe. No como el maricón quejoso del Martín Fierro. Cascioli se equivocó y en vez de ponerle Fierro le tendría que haber puesto Cruz a su revista. Cualquier gaucho arrogante es Fierro, pero ¿cuántos milicos se dan vuelta como Cruz? ¿Te acordás cuando te diste cuenta de que el Quijote de la Mancha capaz que era hidalgo porque andá a saber lo que es eso, pero que de ingenioso no tenía nada porque cualquier huevón te promete reinos y te llama princesa, hasta que te bajás la bombacha? Por eso yo de chiquita me bajé la bombacha primero, para no hartarme escuchando promesas. Yo que la Dulcinea me lo zampaba al Sancho que, con panza y todo, era un genio que veía lo que había y no se hacía ningún rollo. De Quijotes está lleno el mundo: si el tipo confundió un molino con un gigante, otro Quijote que lee la historia confunde al gigante con un símbolo del progreso y todo por la culpa del viento. Porque sin el viento no se moverían las aspas que un idiota ve como brazos y que otro idiota peor ve como símbolos. Qué símbolos ni qué lindos ojos tenés: decime que tenés ganas de zamparme y a otra cosa.

Pero el viento no fue tan jodido como la nieve. Sin aquella maldita nieve rusa no habría Canal de la Mancha sino el Canal del Führer separando la Alemania Continental y las islas del Gran Ario y al whiscola de Galtieri ni en pedo se le hubiera ocurrido ocupar las Islas Menguele y entonces no habría existido el Festival de Solidaridad y toda esa onda cacosa de los festivales por la paz (esa estúpida paloma que encima te caga la chaqueta de pana).

Basta de esa fantochada de festivales por los negritos de Africa: esos festivales que dan lástima por la lástima que le dan a los rockers esos negritos que igual Bush se los come como cornalitos.

Si quieren hacer una obra de bien, organicen un Festival por la Liberación de los Dealers en el Estadio Obras y con la finalidad de recaudar alimentos para esos verdaderos héroes del underground en cautiverio. Entrada gratuita. Cada espectador debe llevar un alimento: lechuga, yerba, chocolate, ravioles, hongos. Pero, cuidado. Atención muchachada: vos, Perica, Arturito, María Juana, Coca, Pepa. Les vamos a revisar la bolsa en la entrada: no queremos que haya tiros ni cortes; no se salgan de la raya, no pierdan la línea; no queremos darte un toque y mucho menos un saque. La fruta se pesará por kilo en la balanza, los ravioles por docena; no traigan otras pastas ni alimentos descartables, que después tapan los caños en los baños. Los músicos harán un buen papel y el éxtasis será para todos.

Enrique Symns - "Invitación al abismo"
Foto

lunes, 27 de agosto de 2007

El indulto

El significado del pasado es continuamente modificado por las miradas que lo observan desde distintas instancias del futuro. De algunas anécdotas importantes de mi vida, hoy no podría recordar con exactitud su contenido real, tantos fueron los relatos diferentes que fui construyendo a lo largo de los años. Si mi caso particular se pudiera traspolar a todo el relato humano, tratá entonces de contarme quién era Cristo.

Es posible que la raíz desconocida del cáncer se encuentre en esa coraza caracteropática construida por el organismo para proteger un siniestro secreto, una gran mentira que, al no develarse, produce el suicidio celular.

En la mitología tebana Meskhenet, la diosa del olvido, era una de las más amadas del panteón: cuando los dioses, enfrentados por graves cuestiones de poder, alcanzaban la cima de la crisis, Meskhenet producía con su magia el tan ansiado olvido. Pero el resultado era efímero: millones de siglos después, el recuerdo despenaba nuevamente en los dioses y otra vez la guerra quedaba planteada.

El olvido que nos propone este indulto decretado por el gobierno de Menem provocará inexorables heridas en la trama del futuro. Aún cuando este decreto provocara un auténtico olvido en la conciencia colectiva, la vida o el espíritu que anda, o el misterio que nos baila, jamás indultará nuestro olvido.

En alguna parte anda perdida esa calle donde latieron las pasiones de mi vida. En esa calle estaba representado todo el universo. Los protones, el superyó, el mal, si es que existían, tenían que estar a la vuelta de la esquina. Mirando una piedrita de mierda, como Sócrates, yo sacaba importantes conclusiones sobre el destino trágico de cualquier cosa que cayera en este manicomio del cosmos.

Triste, a veces encontraba la calle desierta. Estúpidos videos, odiadas esposas o esposos, promesas de la muerte mantenían a mis amigos en sus casas.

Alegre, a veces los hallaba en sus casas estudiando fugas, soñando revueltas, cogiendo, componiendo canciones o perdiendo el tiempo en los laberintos del presente.

Sé que esa calle perdida también me está buscando. En esa calle, cuando la encuentre, si alguien mata a tu gato, nadie hace la denuncia. En esa calle lo que se hace es ir a tocarle el timbre al asesino.


Enrique Symns - “Invitación al abismo”

Foto: Tapa del diario Página/12 del 30 de diciembre de 1990

viernes, 17 de agosto de 2007

La vida es un bar

Por Leo Nerón

La mesa y la ventana y el mozo que se pasea como el mundo, yendo y viniendo, llevando y trayendo los copetines, que son los únicos motivos por los que tipos como la gente se bancan ese estúpido paseíto por el mundo.

El bar es para hacerse la rata
Es más, creo que lo único bueno que puedo contar son todas esas ratas que me hice en los bares. Desde los faltazos al colegio, pasando por el trabajo y llegando hasta la novia o pareja de turno. Siempre lo mejor era no ir, llegar un poco más tarde, dejarlo para después. Y siempre cerca aquel gran amigo que te decía “dale, no me jodas, vamos a tomar un feca”.

Pero faltazo, faltazo, fue ir al colegio. Fue una rata tan larga que me acuerdo de pocas cosas y eran pocos los profesores que me reconocían la trucha. Me habían puesto “el nuevo”. En el Mariano Acosta hacía ranchada en el baño, pero en cuanto podía me iba a La Perla del Once, cuando era La perla en serio y nos fumábamos unos tarugos que te ponían tan colifa que todos los chinchulines del cerebro salían rajando por los ojos y las orejas, y por los pasillos vacíos de tu mente sólo se escuchaban los taconeos aterrorizados de la paranoia recién nacida. Que después se hizo grande, y a mí me crecieron ojos hasta en el agujero del ano para vigilar los movimientos de la silla. El Esteban, que era de quinto año, se daba supositorios de morfina en el famoso ñoba donde Tanguito también se daba entre barca y barcaza. Cuando Esteban salía del baño era un dibujito animado de un fantasma perdido en el tiempo: el quía ya no estaba en La Perla, caminaba por entre las mesas como si esquivara flechas de prana que -decía él- le tiraba la diosa Minerva desde el planeta Plutón.

Pero las verdaderas, las bizarras, las legendarias ratas yo me las hacía en el bar Los Leones, de Constitución, hace muchos años desaparecido en acción. Con el Buján, que era de Quilmes, batíamos los récords mundiales de permanencia en el bar. Ahí prácticamente hicimos toda nuestra vida: empezamos con batallas navales, luego fuimos poetas, recorrimos el mundo sobre el mapa del manual de geografía, nos separamos en Francia y nos reencontramos en un tiroteo en Praga, planeamos asaltos y asesinatos, hicimos enormes listas de cómo gastaríamos los millones de dólares que nos encontraríamos en un maletín en la calle. Fuimos aventureros, y mujeres y amigos nos despidieron con lágrimas de todos los puertos del mundo y, en fin, cuando terminamos el secundario (mejor dicho, él terminó con nosotros), ya lo habíamos hecho todo y no sé Buján pero yo me seguí quedando en los bares, soñando con todas las vidas que no pueden ser porque la única vida que uno va viviendo lo obliga a uno a vivirla.

Las últimas rateadas me las hice cuando intenté hacer el ingreso en Psicología. Fue mi primera y única carrera. Me manqué en la largada. Pero el boliche, medio finoli, no me acuerdo el nombre, ahí por la calle Charcas, era todos los días lo más parecido a un rechifle en Caseros o Devoto. Ahí todo el mundo andaba por lo menos con sus cien o doscientos libros en la cabeza. Que Sartre va y que vuelve Nietzsche y por la izquierda se escapa Neruda. Yo me estaba leyendo a Henry Miller y batía historias bravas de cogidas para sonrosar a la Elisa y a la Mirta, a las que también les regalaba poemas de Maiacovski pero firmados por quien esta gilada te cuenta. Ahí vino la cagada del amor. Que siempre te duele y te deja medio boludo para el resto de la pelea. La facultad, la Mirta, la Elisa y los intelectuales me patearon. Se acabaron las rateadas. Ya no tenía el curro del estudiante. Ahora, me cago en Dios, había que ponerse a laburar.


Volver vencido al boliche del barrio
No te voy a decir que era angustia, sentimiento de culpa, desesperación. Pero sí bastante preocupado me seguí haciendo la rata, ahora en el boliche de Barracas. Todavía está ahí. En Montes de Oca y Uspallata. Se llamaba Kinteto. Era lo más. Paraban todos los pesados, medianos y hasta peso pluma de la Gran Fraternidad de los Truchos que vivían en los convoyes de Ituzaingó y que siempre andaban corriendo por los techos del yotivenco disparándole a la yuta. El elegante Pololo que cada dos por tres nos sacaba, mejor no enterarse cómo, de alguna comisaría. El viejo Chaina, que todos los días volvía de la estación Constitución con una valija pungueada y nos vendía corbatas o corpiños. El heróico Queso y Dulce. El peligroso Yoyega, la Negra Marta que era yiro sin ganas, el Gerardo que capitaneaba la barra de los más pendejos. Estaban hasta los pitucos: el Fede, el Alejandro, el Gus. Y los intelectuales, que vendríamos a ser el Omar y yo.

Haciámos continuado: matiné, tarde y noche. Los mil veces malditos avisos clasificados estaban sobre la mesa para apoyar sobre ellos los escritos que me mandaba para justificar mi larga ausencia por el mundo. No quedaba más remedio que hacerse escritor. Fue toda una vida, mientras me sentaba a esperar que el barco de las aventuras me viniera a buscar para transportarme hasta las legendarias leyendas soñadas por todos los niños que fui cuando tuve la suerte de ser niño.

Formábamos una hermosa familia de vagos. Todavía me acuerdo del olor del mundo mirando por la ventana. Era un olor que te ponía de punta los pelos del corazón. Y ahí discutíamos las giladas del mundo, sanamente se hablaba mal del que no estaba, cada tanto, un roscazo algunas veces una de esas charlas que si Buda o Shakespeare las escuchaban seguro que se las copiaban. Con Omar nos mandábamos aquellas caminatas jurándonos un mundo apasionante que después, como todo, iba a llegar pero congelado. Yo estaba ya medio boludazo y en vez de aspirar a una fresca, jugosa y romántica conchita barraquense, me croqueteaba con ser un escritor famoso para que, algún día, una literaria, psicoanalizada vagina palermitana la pusiera entre el chamuyo.

Y, de repente, el mundo vino a buscarme. El Omar un día desapareció para siempre de todas las calles y avenidas del planeta. Los muchachos fueron cayendo presos o consiguieron empleo en el banco. Así como después una mujer me llevó a Brasil y otra a Amsterdam, del barrio también una mujer me arrancó de cuajo. Partir del barrio es emigrar para siempre. Ni aledaños de colegios ni aledaños de nadie. El centro es la tierra de los parias.


Los bares son un mapa
Yo andaba con mis largos veinte pelotudazos años y, si sabés para dónde iba, contámela, así me escribo una carta para avisarme. No servía ni para robar un choripán. Trabajar o estudiar eran deportes que mi debilidad medular me impedía realizar. ¿Qué quedaba? Seguir esperando en los boliches.Pero en el centro, hasta que le agarrabas la onda, no te digo que era imposible como escapar de un laberinto de Borges, pero era re jodido. El bar Eros era el aguantadero. Ya no está. Y enfrente, el Cultural, el lugar del chamuyo. Tampoco está. Era la zona del bandidaje con tiros y batallas campales. Te cruzabas con los que venían de vuelta por tercera vez de donde vos ibas.

Por todo ese sendero se cocinaba mucho teatro y se asaba poesía. Se cogía tupido. Se planeaban todos los quilombos que después pasaron. Yo viajaba mucho a la comisaría y, una vez, me tomé un larga distancia desde la Academia hasta Devoto, con parada en Tribunales.

En esos bares aprendí a que las mujeres me miraran y a que los hombres me escucharan. Pero si me decís de algo útil, no tengo ni mu para decirte. Del bar Eros tuve un largo viaje. Un amigo me presentó a su novia y con ella me fui años después a donde ella conoció a un amigo mío y se fue con él a Italia, y yo, poco después, conocí a la mujer con la que me fui a Amsterdam y ya los bares en el extranjero no eran lo mismo. Uno se sentaba en una mesita de un bodegón de San Remo o de Madrid y sonreía complacido recordando a aquel tipo que en la mesita del Kinteto soñaba con viajar hasta el otro punto del universo para sentarse en la mesa de un bar a seguir esperando que de una buena puñetera vez suceda alguna cosa interesante en este podrido mundo.

Enrique Symns - “Invitación al abismo”

Foto: Faw

sábado, 11 de agosto de 2007

Sí matarás


Los diez mandamientos diseñados por Moisés constituyen una compleja clave prohibitiva y, al ser enumerados correlativamente, no dejan claro si existe o no una categorización de lo prohibido: ¿el primer mandamiento es más importante que el décimo o los diez mandamientos tienen el mismo valor?

Resulta evidente que, en la realidad de los hechos, es el quinto mandamiento (“No matarás”) el que más conflictivamente legisló las conductas humanas, obligando a cada individuo a elegir entre la transgresión o el cumplimiento de la ley. La mayor parte de los seres humanos que acataron la ley fueron capaces de transgredir los otros nueve mandatos sin que se atreviesen jamás a matar a un semejante. Sólo aquellos que han matado saben que jamás se mata a un “semejante” (tal cosa sería un suicidio, que ocasionalmente se comete) sino que siempre se elimina a un “diferente”.

Es decir, alguien que no acepta ser como yo quiero que sea, alguien que se niega a ver el mundo tal como yo lo veo, alguien que con sus actos, su aspecto físico, sus ideas, se diferencia de mí. En realidad, los restantes mandamientos son sólo la apoyatura ideológica, el desarrollo dramático del “¡no me mates!”.
No desearás la mujer de tu prójimo, para no matarlo. Honrarás padre y madre, para no matarlos.

La invención de la ley, la necesidad de dictarla, parece señalar la evidencia de que el acto de matar es una actividad humana natural a la que es necesario limitar.
Son mandatos. No se trata de una ética invitación a ajustar la conducta, orientándola hacia una natural tendencia pacífica del hombre. Son órdenes que representan a un mando y que, por tanto, pueden acatarse o desobedecerse.

El acatamiento a esa imposición legislada impide la elección y crea en el acatador la paulatina tendencia a la discapacidad: no puede ejercer su derecho a matar, supuestamente tan natural como su derecho a caminar.

Sin embargo, el mandato admite la excepción a la ley: la guerra, esa parodia siniestra que se disfraza y manipula la violencia natural para seleccionar a quienes se mata. Un individuo que en su vida privada es incapaz literalmente de matar una mosca, en cuanto se lo ordena el mandato se convierte en el más feroz de los asesinos: mata en el anonimato, a hombres desconocidos, sin motivaciones personales que lo vinculen mediante algún odio con esa víctima específica, justificado por absurdas consignas patrióticas, religiosas o políticas, en conflictos que -resuélvanse o no- no ejercen ninguna influencia beneficiosa en su entramado vincular cotidiano. Hasta un asesino violador de niños es más humano que este monstruo que arroja una bomba sobre un enemigo abstracto. Uno mata por deseo; el otro mata por matar.

En tiempos de paz los hombres igualmente se matan unos a otros, disparándose granadas de virus, de hambre, de pestes emocionales, de intolerancias y de ambiciones, que nada tienen que ver con la defensa de lo territorial. Se disparan balas que no se ven. Se matan entre sí, tratando de no darse cuenta.

¿Y qué es matar?

Es seguir el impulso que reacciona contra todo aquello que se identifica como obstáculo. Hasta eliminarlo.

Reconocer la capacidad de matar -palparla, sentirla, comprobar que existe, adquirir la certeza de esa potencia asesina- nos confirma como humanos, nos provee de energía vital, abre las puertas de la celda de nuestro animal acorralado.
El poder del mundo que se nos opone está sustentado en la capacidad de eliminar masivamente a hombres abstractos. Es probable que ni Hitler, ni Bush, ni Einstein, ni Videla hayan matado nunca a nadie: crearon las condiciones o elaboraron el mandato. Delegaban. Ese sistema delegativo nos convierte a todos los seres humanos en víctimas, victimarios y también en cómplices de ese abominable mecanismo de eliminación.

El poder personal, en cambio, está basado en la capacidad de provocar una muerte concreta en nuestro entorno circunstancial para quebrar esa conspiración siniestra de asesinatos invisibles y criminales desconocidos.

“Sí, matarás”: eso necesita escuchar la voz de sí mismo para reconocer la fuerza de las ganas de vivir intensamente. Sería en verdad nefasto que los hombres tuvieran más miedo de matar que de morir.

Morir es bastante sencillo. Matarnos lo hacen todos los días. Sobreviven los que resultan convenientes o los que no se hacen muy visibles al ojo de los gatillos. El mito falaz de aquella primitiva orden de hombres conviviendo caóticamente, sin ley, matándose arbitrariamente en la lucha por el alimento o por la posesión de las hembras, fue creado para sustentar un sistema organizado y racional que provoque sin juzgamiento las matanzas más crueles de la historia humana.

Fue la ley la que creó el crimen. La crueldad humana se desarrolló sofisticando sus métodos de destrucción, alimentándose de las raíces corruptas de esa prohibición que al señalarla surge con más fuerza, con la finalidad de concentrar el poder de matar en un sistema de creencias, en un estado, en una casta sacerdotal (llámense religiosos, políticos o militares) que decidiera los motivos de las matanzas.

La manada de aquellos viejos y sabios “monos” primitivos sabía administrar con eficacia su violencia.

La naturaleza de la vida nos dio el poder de matar y la naturaleza social nos convirtió en asesinos.

Sí, matarás.

Por dignidad. Por tu amigo. Por tu calle. Por tu amor. Por tu locura. Por el respeto que te debés. Por cazador o por guerrero. Por vengador.

O por humillado.

Mientras otros cumplen con el deber de matarnos, nosotros tenemos que recuperar el derecho a matarlos.


Enrique Symns - "Invitación al abismo"

Foto: Indymedia Rosario

martes, 7 de agosto de 2007

Lechita contra la secta Sufi

Por Leo Nerón


En el alucinante morro de Santa Teresa, en la alucineta de ciudad que es Río de Janeiro, aproximadamente en el año 1970 se concentró una comunidad de atorrantes del dharma que utilizaron sus cerebros como cocteleras donde agitaban sus experimentos lisérgicos. En cuanto me mudé al barrio fui conociendo a todos los personajes: el Anestesio, el Floripondio, el Datura, el Trufa.

Todos se mandaban la parte y se hacían los legendarios. El que no veía duendes, chamullaba con los árboles; el que no se escribía cartas mentales con Buda, se hablaba por tubo con la nada. Era pura piratería de zarpado. Excepto el Lechita.

Lechita estaba piradazo mismo, no tenía células grises ni azules sino docenas de murgas lisérgicas haciendo batucada en su zabiola. El día que me lo presentaron le di la mano y todos los demás zarpados pegaron un salto tratando de evitar el desastre. Llegaron tarde. Fue lo mismo que tocar un cable de alta tensión.

Cuando desperté, un segundo después, dije:
-No existe el movimiento, tampoco existe la materia, sólo hay una infinita llanura mental que se proyecta a sí misma desde todos los puntos de sí misma...

Con un sincero apretón de mano el loco me mandó al núcleo de la pantomima y yo sentí que por primera vez alguien me había explicado algo en toda mi vida.

No era un buen momento para la truchada dhármica. Los esotéricos habían descubierto el filón que colmaba el morro: todos aquellos locos pirados tomando pepas día y noche eran la gilada perfecta a la que ellos podían comerle el coco.

Los sufis los primerearon a los guardievos, los krishnas y todos los otros. Y al toque todos los triperos se pasaron al aburrido batallón de los buscadores de la verdad. Lechita se sintió terriblemente traicionado.

-¿Qué verdad? -decía sabiamente Lechita-. ¿La verdad de la milanesa que explica que adentro del decorado hay siempre un bife de cadáver?

Pero Lechita era un sentimental y nos quería. Así que cuando toda la manga de salamines (entre los que debo contarme) concurría en masa a esos mítines transferenciales meditativos que organizaban los sufis, el loco nos acompañaba. Iba y se hacía el sota, pero mucho no le salía y, como no se bancaba además todo el papo furado de los comedores de cocos, el quía interfería. Cuando el ortiva con cara de nazi que dirigía el grupo nos preguntaba qué habíamos sentido en tal o cual ejercicio y nosotros intentábamos responder “una gran paz interior” (que era la frase que había que decir), te encontrabas en cambio diciendo: “¿Puedo chupar una bombacha dentro del ropero?” Querías ir al baño y aparecías meando dentro de la heladera. Los chabones, que eran revigilantes, lo detectaron al toque y lo expulsaron con la vil excusa de que era un drogadicto irredento.

El candombe se armó cuando se produjo la visita del Gran Sufi, el poncho negro de las pampas espirituales, nada menos y nada más que el Idris Shah. Todos los locones andaban histéricos como groupies de Mick Jagger, ansiosos por conocer a la estrella máxima del rock and roll meditativo y hasta el Lechita se contagió la ansiedad y nos imploró que intercediéramos por él ante la jefatura para que le permitieran asistir al evento.

Lechita nos juró por el invisible forro que separa la conciencia del cuerpo que se iba a portar más careta que un obispo. Giles podíamos ser, pero no traidores, así que toda la pandilla en pleno hizo una solemne apretada a la jefatura y no les quedó más remedio que otorgar el permiso.

Y llegó el gran día. El Idris Shah entró y se instaló en un almohadón cósmico con los ojos mirando el planeta Júpiter y con la actitud que dejaba en evidencia lo difícil que iba a ser para un profesor de matemáticas explicarles a unos analfabetos el teorema de Pitágoras.

Pero le duró poco la actitud, porque al toque todo empezó a zozobrar. El asunto se mareó una cuadra antes de que Lechita llegara. El muy hijo de la gran nada se había preparado un licuado de belladona, con siete dosis de LSD, Ves de mezcalina y unas pizcas de psilocibina.

Lechita caminaba y la calle entera se pegaba tal mambo que las paredes se acostaban como veredas, las ventanas no sabían si mirar para adentro o para afuera y las moléculas lloraban desesperadamente porque los protones se amotinaron y se pelearon con los electrones porque no se bancaban para nada a los neutrones.
La cuestión fue que cuando Lechita tocó el timbre y en vez del timbre sonó Procul Harum y la Orquesta Sinfónica de Londres y la voz de John Lennon dijo “Hola muchachos, soy Lechita”, ahí nos dimos cuenta del candombe que iba a armar el pirado. Fuimos corriendo a la puerta para pedirle que la cortara. Nunca llegamos. No era un pasillo, era la Quebrada de Humahuaca y una serpiente de fuego se descolgaba desde la bombita de luz dentro de la que un ahorcado eyaculaba fotones sobre el sombrero de la oscuridad que todo lo cubre.

Cuando quisimos retroceder nos chocamos contra las sombras eternas que la nada proyecta sobre cada instante para ocultar las tiernas lágrimas que la ausencia de plenitud derrama sobre el vacío que se produjo en el alma de quienes, en aquella reunión, intentábamos huir cobardemente.

El Capo, Idris Shah, intentaba escaparse por la ventana acosado por el vampiro estelar que colgado a la yugular de la existencia trataba inútilmente de robarle la sangre a los fantasmas de seres que estaban muertos mucho antes de nacer.

No había paredes, eran cataratas de imágenes a una velocidad tan hija de puta que el hijo de remilputas de Lechita, en cinco minutos, nos inventó a todos un falso pasado. Así que antes de que, en otros cinco, nos inventara un falso futuro, le juramos que nunca más íbamos a cometer la gilada de empadronarnos en alguna secta buscona.

Demoramos como dos meses en bajarlo al Lechita de ese viaje. Dos meses naufragando nos tuvo a todos.

El Idris Shah, por supuesto, jamás se repuso del shock.

Enrique Symns - "Invitación al abismo"

domingo, 5 de agosto de 2007

El odio es una pistola fría


Hasta en el pentagrama frívolo del aroma a plano se está jugando la última batalla. Todas las charlas en los bares y las casas, todos los proyectos conversan los términos de la rendición: la guerra ha terminado.

Ha llegado la paz tan deseada por los comerciantes: el triunfo de la democracia asesina que mata con una invisible crueldad, crueldad más siniestra que la de los militares. En la tarjeta que el obrero marca a las seis de la mañana en la fábrica de filtros mecánicos para autos está ya dibujado el símbolo del Cuarto Reich, el implacable sueño de ordenar el mundo, la siniestra mente que somete a sus designios, la azarosa tirada de dados que la vida inventa. El orden es el intento del tiempo por matar la eternidad.

Desnudo, el plan nos dice con todo descaro: no hay más que esto. Todos los fantasmas de todas las miles de guerras y matanzas, de todas las luchas contra la esclavitud hoy brindan en las páginas de los diarios; aliviados, los bisnietos de los fantasmas lamen sus cadenas, porque ahora podrán tener sus cuatro paredes para cuidarse del cáncer.

Habrá ahora palabras de más sazonando un plato vacío. Una tela de ojos y la araña tejiendo en su miedo dormido. Tendrás esas luchas intestinas en la quietud: esa angustia que tanto te gusta, ese sufrimiento que inventás para no sentir el dolor del mundo que muerde, esa tristeza que te hace tan humano. Hay insectos nuevos: crecen en la desidia de la atención, anidan en ese laberinto mullido, casi shopping, que conecta el cariño con la dosis, la cama con el bar, todo el ruido que hacés con la boca para ocultar el silencio de tus actos.

El virus engramará sus mandatos en tu sinapsis.

En estos lugares que habito, ¿a qué jugaremos? La peste de la literatura, la música de la cárcel, las artes del consuelo. No habrá mal de amores sino amores del bien, como los locos de manicomio: un puré de rutinas para seguir moviendo las fichas de un juego perdido.

No son hombres aquellos que pueden imaginarse el mundo que viven. Ellos han vivido en un mundo imaginado y nada les duele y nada les goza. Odio ese futuro de plazoleta en donde los niños correrán en motos de video; odio al enemigo y acepto este destino. Seremos tragados para envenenarles el plan de sus siembras.

Estaremos en el corazón de todos los terremotos, en el cuchillo envenenado de todos los virus, vomitando junto a la furia de los volcanes. Resistiremos.

Brindo por esto: sobre la tumba del mundo escupirá uno de nosotros.

Enrique Symns - "Invitación al abismo"

martes, 31 de julio de 2007

¿Qué diablos o conejos es esto?

Enrique Symns nació el 2 de enero de 1946 en la localidad de Lanús, provincia de Buenos Aires. Pero su residencia nunca fue estable: vivió, entre otros lugares, en Colombia, en Madrid, en Río de Janeiro y en Chile.

En uno de los shows de Los Redondos en La Esquina del Sol - 1986



Amigo íntimo de los integrantes de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, supo compartir con ellos el escenario en los míticos comienzos del grupo, siendo algo así como el monologuista y presentador oficial de sus shows, junto al acompañamiento de las Bay Biscuits (Fabiana Cantilo, Viviana Tellas e Isabel de Sebastián). Años más tarde una pelea los separaría para siempre, distancia que terminaría de establecerse con la reacción de la banda frente al asesinato de uno de sus fans, Walter Bulacio, en 1991.

...luego asesinaron a Walter Bulacio, y Los Redondos nunca creyeron en el crimen, la justicia tuvo que demostrar que fue un asesinato. Aunque la policía había sido contratada por ellos, no asumieron su culpa.
Al Indio nunca más lo vi desde aquello, pero me gustaría. Cuando llegué a Buenos Aires los vi a Skay y a Poli. Están hechos dos gorditos, dos pelotudos. En cambio el Indio sigue siendo el mismo tipo sufrido. Millonario, pero malo. Siempre le molestó la gente, nunca podría haber estado como nosotros en este bar. Por eso me gusta, porque es un jodido.
(...) yo lo amo. A él y al Semilla (Bucciarelli). Por ejemplo, las canciones que me dedicó son geniales. En "El héroe del Whisky" él me trata de frívolo y tenía razón. Yo cogía todo el tiempo y me encantaba. Y en el otro ("El blues de la artillería") también todo es cierto. Que "cabe todo lo mío en una maldita valija". Estoy orgulloso de eso, de no tener nada. Ese tema es todo un halago. Pero después se metió con que yo vendía merca ("líder dealer sin freno...") y era cierto también. Pero, como dije en ese momento, yo vendía cocaína porque era un tipo honesto. No andaba inventando canciones sobre que "viajo en trenes" y resulta que después me compro mansiones de lujo. Pero bueno, fue una pelea muy dura, muy desgarrante. Pero yo los amo. Es más, el disco que más me gusta es justamente La mosca y la sopa. Después de eso no hicieron nada más bueno.

Grabó con 2 Minutos y con la banda uruguaya La Tabaré, con la que sigue realizando presentaciones en sus shows. En algún momento también participó de los espectáculos de Los Piojos, Bersuit Vergarabat y Los Caballeros de la Quema. La mayoría, tiempo después, le dio la espalda.

Mi rol en el escenario siempre dependía de los músicos que me acompañaban. Había bandas en que era muy desagradable subir al escenario, por ejemplo Los Piojos, por la mala onda que había entre ellos. Ciro es un pelotudo, ensayaba frente al espejo como si fuera Jim Morrison, es un empleado bancario. Pero tengo que reconocer que sabe hacer lo suyo, descubre qué es lo que le va a romper el orto al alma del pueblo. Pero con Bersuit era muy apasionante subir, por la mística interior que tenían.
Yo nunca tuve el reconocimiento del mundo del rock, a pesar de que fui parte del nacimiento de su historia. Ya no me invitan a los recitales, varias bandas se "Santaolallaron". Santaolalla es la maldición de nuestro rock, es responsable de la "canallización" del género, como afirma Spinetta.

En periodismo, siempre se dedicó a la gráfica: además de dirigir la revista "Cerdos y Peces", fue redactor de los diarios "La voz", en 1982; "Clarín", en 1983; y "Sur", en 1988. Fue editor de la revista "El Porteño" entre 1982 y 1986. También colaboró en revistas como "Satiricón" y "Eroticón" entre 1986 y 1987, y "Fin de Siglo" entre 1989 y 1991, publicación dirigida por Vicente Zito Lema. Condujo, además, una revista que sólo tuvo tres números, "El Cazador". Y escribió en la revista "La maga" durante los años 1998 y 1999.

Luego se instaló en Chile, donde creó la revista "The Clinic", mientras paralelamente colaboraba con la publicación porteña "Parte de Guerra".

Su carrera de escritor comenzó en 1987 con el libro "La banda de los chacales". Mas tarde, participó de la obra "Ñam Fri Frufi Fali Fru – Los Redondos" editado en 1992, junto a Horacio González, Carlos Polimeni y Luis Chitarroni, entre otros.

Realizó la biografía del músico argentino Fito Páez titulada "Páez" en 1995.

Me gustó mucho el trabajo y pude ganar plata. Me censuraron cuatro capítulos y nos peleamos, pero Fito es un ser noble y me ayudó económicamente cuando estuve a punto de suicidarme. La Negra Poli o Cordera me hubieran dejado morir. También Charly García, que es un miserable. Cien pesos no te presta ni León Gieco.

Editó una compilación de cien poemas de Charles Bukowsky.

En el año 2000 publicó "La vida es un bar".

...dentro de lo que es la construcción tremenda que es la ciudad, que consiste en la eliminación de toda trasgresión con lo regular de sus calles y sus veredas, es la encarnación del capitalismo. Te educan desde niño para tres cosas: estudiar, trabajar y casarte. Eso es el proyecto de la ciudad. Y ahí se terminó la aventura. Dejás de ser un niño y te convertís en uno de esos bastardos que andan por acá. El bar, ante esto, es el último lugar en donde todavía existe la aventura posible de que te pase algo distinto. En los otros lugares nunca te va a pasar más nada, ¡y menos en el hogar! En el bar entonces están las conversaciones transgresoras, están los amigos marginales, los intelectuales, las putas. Hasta los posibles romances. Por lo tanto lo llamo la selva. (...) Porque el bar, si bien es el último reducto, la última porción de selva que le queda a la ciudad, es muy pequeño.

Salió a la venta en 2002 el libro titulado "La última canción", la biografía de una de las bandas de rock más famosas de Chile, Los Tres, que le trajo graves inconvenientes con los integrantes del grupo, quienes se opusieron a que el escritor publicara hechos privados que no querían dar a conocer, a pesar de que, en un primer momento, ellos mismos le habían encargado la confección de la historia.

Volvió, rondando el 2003, a residir otra vez en Buenos Aires y colaboró con una publicación porteña titulada "La Otra".

"El Señor de los Venenos", una autobiografía, ve la luz en 2005.

El señor es Symns y los venenos, las drogas. El hombre que se droga, tome aspirina o café, se está envenenando. O sea una droga es un remedio y es un veneno. Pero hay personas que toman las drogas para curarse y otras para 'enfermarse'. Yo era uno de esos, de los que se enfermaban.




En 2006 presentó la obra de teatro "Un guión para Tinelli", en la sala de la librería Gandhi, junto a Héctor Ledo. La pieza fue escrita por Symns en sus días como habitante de el Bolsón, donde hizo radio en FM Alas. "Tres días sin dormir, mucha merca, pum-pum y listo", cuenta.


También en ese año Symns condujo "La noche del cazador", los viernes de 22 a 01 por Radio Ciudad de Buenos Aires.

Su última publicación es "Big Bad City", editada en 2006. Sigue la línea autobiográfica y testimonial de "El señor de los venenos". La obra está acompañada de un CD, "Enrique Symns y el niño de los puentes", donde retoma su trayectoria de performer.

Es un poco la continuación de 'El señor de los venenos', incluso hay historias que habían quedado pendientes.

En la revista Rolling Stone se puede leer un adelanto.
Y escuchar un fragmento del CD.




El libro que le da título a este blog, "Invitación al Abismo", fue editado en 1995. Es una compilación de textos publicados entre 1982 y 1992 en las revistas "Sur", "El Porteño", "Fin de Siglo" y "El Cazador", pero la mayoría fueron escritos para la revista "Cerdos y Peces", publicación dirigida por el propio Symns, quien llegó a escribirla casi solo cuando las condiciones no estaban dadas para pagarle a nadie.

...las movidas de resistencia se daban en lugares como 'Medio mundo varieté', 'Caras más caras', a través de algunos artistas y en la revista 'Cerdos y Peces'. Había revistas intelectuales como 'El porteño' o 'Satiricón', pero eran revistas anticuadas. Nosotros le rompimos el orto al formato del periodismo. Inventamos un periodismo de ficción y callejero, por ejemplo para saber qué es la locura entrevistábamos a un loco y no a un puto psiquiatra. Aunque se pueda cuestionar, hacíamos apología de la droga y el delito, y cuestionábamos los formatos del erotismo y el amor.

Todos los textos que aparecen en el libro fueron escritos por Symns, utilizando seudónimos o nombres de figuras reconocidas como Lewis Carrol o William Burroughs. Autorreportajes, charlas de bar convertidas en notas periodísticas, personajes inventados fueron la semilla de lo que se llamó "periodismo de ficción". En una entrevista radial realizada en el año 2000 el propio Enrique justifica esos disfraces.

Esas invenciones que todavía hago me sirven para protegerme en cualquier conferencia. Cuando estás hablando con algún pedante, un analista muy informado y mencionás 'como dijo Freud, el amor es un grado de psicosis muy peligroso', es muy difícil que ese tipo ubique que esa cita no existe o que la puso en una carta. Es una herramienta para luchar contra los dueños del poder.

La "Cerdos y Peces" se editó desde 1982, época en la que salía como suplemento de "El Porteño", hasta 1997, aunque entre esos años sufrió cierres judiciales, quiebras financieras y crisis grupales que afectaron su regularidad. En el prólogo de "Invitación al Abismo" el músico Fito Páez define a "Cerdos y Peces": "Flameando por Corrientes durante muchos años, fue la mirada alternativa -o una de ellas- de un mundo que seguía su curso".

¿Cuándo fue? ¿En 2005 o 2006? En esos años la "Cerdos..." volvió a los puestos de diarios. ¿Cuántos números salieron? Creo que no más de 3 o 4.





Autodefiniciones

Periodista no era, fui por casualidad, yo era monologuista callejero, se fue el jefe de redacción de Pan Caliente, me dijeron que yo hiciera ese rol y al poco tiempo el jefe de Clarín me llamó, porque le interesaba mi escritura. Y lo de escribir libros es por mi derrota como periodista. Después que cierro Cerdos y Peces quedé fuera de juego, a mí me apasiona el periodismo. Es la antropología de la vida cotidiana, conocer mundos e intervenir en ellos. Al quedarme fuera de juego empecé a tratar de convertirme, no quiero ni decir la palabra, en escritor.

Soy un resentido. El resentimiento es algo que no se puede negar. Siempre me acuerdo de una novela de Dostoievsky, "Humillados y resentidos". Si sos ofendido, bueno, te ofenden, pero cuando te humillan, te bajan la vista del alma. Entonces, ahí nace el resentimiento de cualquier tipo. Está la traición, la de los intelectuales. Yo vivo esa traición de colegas, amigos, gente del rock.


Entrevistas

Radio Atomika (para bajar - junio 2007)
Revista Qum (julio 2006)
Revista Güarnin! (mayo 2006)
Autorreportaje (junio 2005)
Revista Sudestada (Mayo 2004)
Rolling Stone Argentina (enero 2004)
Revista Digital La Tecla
Punksunidos.com.ar
Revista Sin Etiquetas
La Postita


Este es el único post en el que hablaré yo, quien hace este blog. De ahora en más quedarán en manos de Enrique.

Todavía no tengo muy en claro el orden en que iré subiendo sus textos. Lo que sí es seguro es que comenzaré con "Invitación al abismo", porque es el libro a través del cual conocí a este personaje. Tampoco pienso respetar el orden de esta obra, iré publicando a mi antojo. Luego veremos, hay mucho material.




En los últimos reportajes que dio, Symns sostiene que "el mundo se quedó sin aventuras". Retomemos, entonces, las de él y veamos qué sale de todo esto.