jueves, 14 de octubre de 2010

El Turista

Por Ian McEwan

Ya no está la noche del ángel
donde yo era un gato arañando la piel
del universo,
ni el grito brutal del camionero,
ni el silbido del peleador,
ni el ministro de los odios.
Todo lo que queda es este plan.
¿Para esto miles de botellas de pernod
incendiaron mis entrañas?
¿O tantas veces acabaron y empezaron
mis orgasmos?
¿O se rieron de mis risas?
¿Quién usó mis labios tantos años?
¿Y de qué lloraban mis tontos llantos?
Todo, todo, todo:
los cuentos, los virus,
las galaxias, las drogas, los besos,
los libros.
Todo, todo, todo
para ver ahora estos árboles de video
con mis ojos de antes de ayer.

Enrique Symns - “Invitación al abismo”

lunes, 27 de septiembre de 2010

El mejor cigarro

En los rincones oscuros de esta ciudad dejaremos nuestras viejas pieles y, ya mutados, regresaremos a fumar el cigarro más sabroso.

Desde la niñez los sueños han sido siempre los mismos: el pic-nic del final de la vida, el barco que llega en el atardecer rojizo, el desconocido que llega con esa insólita aventura.

Eso estuvo demasiado en nosotros. Hablando y hablando sin cesar en el patio de las fiestas y las caricias. ¿Cómo haría para acariciar tus besos en un bar de esta ciudad mientras corro en la selva, huyendo de la fiera que persigo? Aquí nunca nos encontraremos en un tiroteo, siempre estaremos hablando. Aquí las vidas no son fáciles o difíciles: son del todo imposibles. El deseo, ese coitus interruptus del impulso.

La peste emocional tiene que haber estallado. Me niego a aceptar que esto pueda ser considerado vida humana. Encerrados tras la puerta, amarrados por lo propio, manteniendo siempre limpia la cucha de las preocupaciones, con un salvavidas puesto pero lejos del mar.

Aquí, en esta ciudad, yacen los restos de todos nosotros. Que en paz sueñen que viven.

Pero los barcos y los trenes y los líos y las fugas y los viajes pasan todos los meses de ese día por cualquier ventana despierta a la hora en que el corazón ha quemado ya sus últimas maderas secas.

Lo saben los niños que nunca duermen ni crecen y lo saben quienes flotan sobre las telarañas y los pantanos donde están atrapados estos malditos días que-son-como-nada.

No sé dónde queda pero la brújula perdida te seguirá conduciendo entre trampas y enemigos. No sé dónde queda pero es más allá de este mundo que sabemos que hay: ahí está ese raro mundo que no sabemos que hay. Te vas a ir y vas a dejar tu lugar vacío. Recordarán ese lugar. Pero luego ese lugar será ocupado y tu imagen se perderá: quedarás libre. Entonces, recién entonces, nos fumaremos el mejor cigarro de toda nuestra vida.

Enrique Symns - “Invitación al abismo”

domingo, 22 de agosto de 2010

21) EL ÚLTIMO DÍA DEL MILENIO

Y así llegó el 31 de diciembre de 1999. El último día del milenio y, para muchos, el último día de una forma de vida.

Fue un curioso fenómeno el que ocurrió ese día en Buenos Aires y en casi todas las ciudades del interior: la guerra fue olvidada, la violencia desapareció y, por primera vez en la historia del país, el pueblo, sumergido en una crisis inédita en la historia de Occidente, salió a festejar apasionadamente la bienvenida del nuevo año 2000. En los barrios se pusieron enormes mesas en las calles y todos los vecinos aportaban alimentos y bebidas, invitando incluso a los indigentes e invasores que pululaban sin rumbo por las calles. En pleno centro, en la calle Corrientes, en el Congreso, en Plaza Italia, se montaban banquetes de pordioseros dirigidos por los pizzeros y dueños de restaurantes de cada zona. Decenas de miles de desharrapados, a las doce de la noche, brindaron con tazas de ginebra o alcohol de quemar, masticando trozos de pollo o de rata.

La alegría y el delirio que esa noche circularon por las calles del país no estaban seguramente avalados por las posibilidades del futuro. Cin mil marines se aprestaban a desembarcar en Porto Alegre y en Montevideo con la intención de invadir la Argentina. En Uruguay, Víctor Sendic organizaba la defensa de la ciudad mientras, inútilmente, trataba de establecer contacto con los revolucionarios argentinos. Las tropas argentinas, alentadas por el avance de las fuerzas imperiales, se reagrupaban y preparaban un feroz contraataque sobre la ciudad. El presidente Hale y el premier ruso Romashín no discutían ya la invasión a Buenos Aires sino la utilización o no de una bomba de neutrones sobre la capital argentina. La peste del hambre se cernía como la mayor y más terrible de las amenazas del futuro. Mas de tres millones de cadáveres yacían por los alrededores de la ciudad y millones de personas circulaban por el país tratando de encontrar un nuevo destino.

Pero esa noche se festejó como si fuera la última.

En la Casa Rosada también se festejaba.

Un traficante de drogas, un matarife italiano y un terrorista libanés se emborrachaban sentados sobre las barandas del famoso balcón en donde los hombres de mayor poder de la historia se habían asomado para dirigir multitudes. Salvador Aón, César Catenacci y Rogelio Duarte tomaban ginebra del cuello de la botella y observaban extasiados el cielo estrellado.

La leyenda cuenta que a las doce de la noche Salvador Aón, tomando el último trago, arrojó la botella a la calle y exclamó: “¡Bienvenido seas, maldito siglo XXI! ¡Aquí estamos!”. Y la botella de Bols estalló en pedazos sobre las escalinatas de la Casa Rosada.


FIN

Enrique Symns - “Invitación al abismo”
Fotos originales: 1 y 2.

miércoles, 11 de agosto de 2010

20) LOS ÚLTIMOS DÍAS DEL MILENIO

El mundo observaba azorado la explosión humana que había destruido la sociedad argentina. Los últimos días de 1999 se caracterizaron por la vigencia de una discusión planetaria. Una polémica que recorría los canales de televisión, las editoriales de todos los diarios y los gabinetes de todos los países. Dice Roger Philips en su libro Argentina, la marabunta de la historia: “El fenómeno argentino era inclasificable. Aquello no era una revolución de izquierda, ni siquiera anarquista: era un estallido comandado por delincuentes y marginales. Nadie podía imaginarse ninguna forma de gobierno ni de organización social. Era la absoluta derrota del futuro, la siniestra amenaza de una descomposición del sistema occidental de convivencia”.

En Buenos Aires, mientras tanto, las huestes de Salvador Aón intentaban las primeras formas de orden y organización. El 28 de diciembre fueron tomadas las radios y los canales de televisión y durante todo el día se emitieron mensajes llamando a la calma y al orden. Paralelamente se insinuaba la elección de un nuevo gobierno encabezado por el comandante Aón y los otros cabecillas de la invasión.

Si bien la violencia había saciado su sed en las calles, nuevas amenazas se cernían sobre la ciudad. Iba a ser necesario desalojar a más de cuatro millones de personas que dormían en parques y escaleras, en casas tomadas, en el Jardín Botánico, en las calles y hasta en las azoteas de los edificios. Millones de personas que cada día era necesario alimentar para que los saqueos no volvieran a iniciarse.

El problema del alimento se estaba tornando muy grave. La falta de comunicaciones, el abandono de las fuerzas de trabajo y la consiguiente falta de producción, la interrupción del comercio exterior y el agotamiento de las reservas en los grandes supermercados indicaban que pronto llegaría a la Argentina la peor de las pestes: el hambre. Masiva, sin distinción de clases sociales. Era urgente recomponer el país, movilizar nuevamente las pesadas ruedas de la producción. ¿Pero cómo se haría? Nadie estaba dispuesto a obedecer ni a regresar a trabajos o empleos que detestaba. Habían salido a matar y a romper el mundo para no regresar nunca a sus miserias.

En el Uruguay, a todo esto, Víctor Sendic preparaba un levantamiento que en pocas semanas haría caer el despiadado co-gobierno del general Martínez y de Luis Bustos. En Brasil, el levantamiento negro en Minas Gerais amenazaba con desencadenar una matanza de blancos en todo el territorio. Estados Unidos ya había decidido su intervención, aún sin el consentimiento de los rusos. En Washington se preparaban los planes de la invasión.


Enrique Symns - “Invitación al abismo”

viernes, 30 de julio de 2010

19) LA GUERRA DE PAPÁ NOEL

La pesadilla parecía eternizarse para los sufridos pobladores de Buenos Aires. La guerra contra el ejército y la clase política había terminado. Ahora lucharían los civiles entre sí por la posesión del poder. Las tribus y pandillas locales se habían atrincherado en sus zonas de liderazgo natural: Barracas, San Telmo, La Boca, Villa Crespo y ciertos barrios del conurbano. Carecían de unión entre ellas y tampoco tenían un líder que las condujera. Luchaban separadamente, usando estrategias diferentes. Si triunfaban en la lucha contra los provincianos, seguirían combatiendo entre ellas tratando de ampliar sus territorios. Pero los invasores decidieron dar el primer golpe, y mucho antes de lo esperado. Fue la denominada Navidad Sangrienta.


El 24 de diciembre de 1999 al atardecer, Salvador Aón, César Catenacci (su hermano Genaro había sido muerto en la batalla) y Rogelio Duarte comandaron tres grupos de extermino que se adentraron en los territorios enemigos. Habían realizado un minucioso estudio previo para ubicar las madrigueras y aguantaderos de los principales cabecillas barriales.

Encaramados en camiones, automóviles y hasta patrulleros, una lenta procesión se dirigió hacia el sur. Salvador Aón invadió La Boca mientras Rogelio Duarte combatía en San Telmo. El Parque Lezama se convirtió en el cuartel general de los provincianos, desde donde ametrallaban y cañoneaban los edificios linderos. La matanza fue calle por calle, conventillo por conventillo. Las temidas hordas norteñas de César Catenacci llevaban la batalla más dura en Barracas y debieron recibir posterior ayuda de sus compinches para hacer retroceder al enemigo hasta el río y empujarlo a la provincia. Se combatió durante toda la noche y, cuando las bandas del oeste avanzaron hacia el centro, alertadas del sorpresivo ataque, se encontraron con una guerra perdida. Los enfrentamientos siguieron durante el 25 y el 26 en Villa Crespo y Mataderos. Pero el triunfo ya estaba decidido. Esa noche fueron ajusticiados más de mil proxenetas, vendedores de drogas, pistoleros y otros malvivientes, además de los caídos combatiendo. Decididamente, el poder absoluto de un país partido e incomunicado estaba en manos del trío de provincianos que tomaron la ciudad. Salvador Aón era el jefe indiscutido de la revolución, así como Harfusch, El Libanés, era su símbolo.

Los últimos disparos que se escucharon en Buenos Aires sonaron el día 27 a la mañana: dos violadores fueron fusilados en la calle Corrientes. La guerra había terminado.

Enrique Symns - “Invitación al abismo”
Fotos originales: 1 y 2.

lunes, 19 de julio de 2010

18) ¡CIUDAD TOMADA!

Mucho antes de que invasores y defensores lo advirtieran, Buenos Aires ya había caído.

Era tan grande el caos que cundía en ambos bandos que se suponían focos de resistencia donde no los había o se veían avanzar ejércitos donde éstos se habían retirado. Pero la carga más pesada del caos la tenían el ejército y el resto de las fuerzas armadas. Era el momento de defender la ciudad calle por calle y de prepararse a sostener una guerra civil prolongada y cruel, pero la indisciplina y la deserción desconstituyeron el poder orgánico de los defensores. La mayor parte de los soldados eran los así llamados cabecitas negras y producían sabotajes, robaban armas y ejecutaban oficiales. El alto mando decidió una invisible retirada hacia Campo de Mayo para atrincherarse allí y preparar un contraataque. Tal contraataque nunca existió.

El 19 de diciembre la ciudad se dio por tomada. Los diarios Clarín y La Nación, tomados por la planta de trabajadores, publicaron sendos espectaculares títulos: “¡Triunfó la revolución!” y “¡Cayó la dictadura!”. Nadie aclaraba -porque nadie lo sabía- de qué clase de revolución se trataba ni quiénes eran los nuevos gobernantes.

Salvador Aón, Rogelio Duarte y los hermanos Catenacci, las cabezas visibles de la revuelta, habían instalado su bunker en pleno centro de la ciudad, en Corrientes y Billinghurst. Allí planificaron la estrategia a adoptar. Tenían muchos y graves problemas. Las toneladas de cocaína que se habían repartido entre la masa de combatientes amenazaban con convertirse en un arma de doble filo, ya que se iniciaban ahora la matanza y el saqueo. Si bien habían derrotado al ejército, ahora tenían que iniciar una nueva y desgastante guerra contra las bandas y pandillas que gobernaban la ciudad.

Decenas de miles de personas festejaban enfervorizadas recorriendo la ciudad y por las noches aún se sucedían combates aislados.

El Congreso y la Casa Rosada fueron los últimos bastiones del sistema en rendirse. La vida de los granaderos fue respetada, pero decenas de diputados y senadores, así como tres ministros y otros funcionarios, fueron hechos prisioneros y juzgados sumariamente por un tribunal presidido por Salvador Aón. Había solamente dos sentencias: libertad o fusilamiento.

Enrique Symns - “Invitación al abismo”


martes, 29 de junio de 2010

17) ¿QUIÉN GOBIERNA?

El 17 de diciembre fue un día de tregua, aunque no de quietud. Mientras los invasores continuaban atravesando las barreras y controles defensivos, el ejército y la infantería de marina retrocedían hasta los límites mismos de la Capital Federal preparándose para un combate definitivo.

“El bombardeo a Buenos Aires” fue titular de todos los diarios importantes del mundo y los comentarios editoriales, por primera vez, ponían al tanto a los lectores sobre lo terminal de la situación. El destino de Latinoamérica estaba jugándose en las calles de la capital argentina. Los efectos de los bombardeos fueron devastadores. Miles de heridos y mutilados agonizaban en las calles sin que la Cruz Roja ni los improvisados grupos sanitarios dieran abasto para intentar socorrerlos. La falta de medicamentos indispensables, de ambulancias y de otros equipamientos fue causante a lo largo de esa semana de centenares de muertes innecesarias. El shock para la fuerza aérea se hizo evidente ese mismo día. Los pilotos responsables del bombardeo sufrieron profundas alteraciones mentales y el resto de los integrantes de la fuerza se negó a masacrar a la población y mucho más a dejar caer sus mortíferas bombas sobre la propia ciudad.



Buenos Aires era una cuadrícula humeante y las primeras ruinas creadas por la guerra ya se podían observar en La Boca, Liniers y algunos puntos aislados. La policía federal había sido prácticamente derrotada en la sórdida lucha con los elementos del hampa. La mayoría de los agentes del orden abandonaron sus puestos y se unieron a las bandas.

Un pequeño ejército de malhechores recorría la ciudad con patrulleros y armas pesadas.

En la tarde del 17 de diciembre de 1999, el gobierno presentó su renuncia. Según Roger Philips, autor de Argentina, la marabunta de la historia, “esa noche partieron dos aviones colmados de funcionarios, militares de alto rango y otras figuras de la administración pública que huían de la venganza popular que se avecinaba. La Argentina quedó descerebrada y fue el primer caso de un país en toda la historia de Occidente que quedó acéfalo de gobierno”.

Un grupo de oficiales, que conservó cautelosamente su anonimato, se comunicó con la población a través de radios y periódicos para hacerse cargo de la defensa de la ciudad “hasta que la democracia se reconstituya”. Fue una lluvia de verano. Duró hasta el amanecer del día 18. La ciudad no era de nadie.

Enrique Symns - “Invitación al abismo”

viernes, 18 de junio de 2010

16) MATANZA DESDE EL AIRE

La única experiencia en bombardeos aéreos con que contaban los porteños en toda su historia se había producido en el mes de junio de 1955, cuando algunos aviones de la marina bombardearon la Plaza de Mayo.

Pero la fuerza aérea no había sido responsable de aquel cruento episodio. La Guerra de las Malvinas (1982) les había conferido un enorme prestigio incluso internacional y hasta un curioso respeto popular. Ahora se veían compelidos a utilizar sus mortíferos aviones para arrasar camionetas y hombres armados con palos de escoba.

La primera tanda de tres Mingos partió a las siete desde El Palomar. Portaban misiles Rainbow, bombas incendiarias de alcance restringido y ametralladoras con balas trazadoras. Los aviones realizaron dos pasadas rasantes sobre la avenida General Paz. El piloto Ricardo Ambrosi, que desertó y aterrizó en Uruguay, declaró a la prensa internacional: “Era impresionante, se veía gente hasta el horizonte. Eso era todo el pueblo. ¿Contra quién estábamos peleando? ¿Contra todo el pueblo?”.

Los otros dos mingos descargaron su arsenal sobre la muchedumbre. Mas que la matanza, el terror lo produjo el sonido y el color de las explosiones. Aquellas gentes nunca habían escuchado ni remotamente semejante calidad e intensidad sonora; el síndrome de bombardeo se propagó, el aturdimiento y la locura momentánea hicieron presa de las masas.

A las ocho partieron otros doce Mingos en distintas direcciones y atacaron las columnas invasoras en sus puntos neurálgicos de concentración, desatando un caos incontenible. Decenas de miles de personas fueron fulminadas en apenas dos horas de bombardeos.

Increíblemente, la marabunta, como un organismo indestructible que se recompone una y otra vez, continuaba avanzando, pasando por encima de los muertos y mutilados.
La palabra “venganza” se convirtió en el mantra mágico que les restauraba energía para continuar avanzando.

En el comando central, ubicado en un lugar de la ciudad que hasta hoy se ignora, se consideró positivo el resultado de la media docena de bombardeos realizados a lo largo de aquella jornada. Cálculos arbitrarios hablaban de doscientas cincuenta mil bajas, entre muertos y heridos. La aviación era indudablemente el arma más eficaz para derrotar a la horda. Sin embargo, su accionar tenía un límite y ya había sido rebasado. Más de medio millón de combatientes habían conseguido quebrar las líneas defensivas y estaban ingresando en la ciudad. La decisión entonces era si se bombardeaba o no se bombardeaba el centro de la ciudad.


Enrique Symns - “Invitación al abismo”
Fotos originales: 1 y 2

domingo, 23 de mayo de 2010

15) EL ASALTO

La noche del 16 de diciembre fue luego conocida como la Noche de las Antorchas: los combatientes iban circulando alrededor de las decenas de miles de fogones encendidos en el conurbano y prendían antorchas. Nadie fijó previamente la hora del ataque. Desde el sur se inició cerca de las tres de la madrugada, cuando a través de los accesos de La Boca y de Barracas los primeros grupos intentaron quebrar el vallado defensivo. En la General Paz el ataque se inició a las dos de la mañana. Un simultáneo alzamiento se produjo en todas las villas de la zona sur.

Algunos estudiosos sostienen la importancia de las radios clandestinas que mantenían informados a los distintos grupos sobre el accionar de los restantes. Hecho sumamente improbable, ya que estas radios habían sido interceptadas por el ejército y a través de ellas se emitían falsas noticias para amedrentar y confundir a los atacantes.

En las líneas defensivas ubicadas sobre los accesos a la ciudad se produjeron algunas ejecuciones sumarias de soldados que se negaban a disparar sobre la multitud.

Ese primer ataque fue rápido e imprevisto. Los oficiales responsables de las distintas líneas defensivas no podían salir de su asombro ante la actitud suicida de aquellos hombres que avanzaban directamente hacia la boca de los cañones y ametralladoras para hacerse matar. El loco plan de los invasores parecía consistir precisamente en sacrificar la vida de miles de atacantes mientras otros iban alcanzando las posiciones. En tres horas de combate, las fuerzas gubernamentales produjeron más de siete mil muertos y el doble de heridos.

Pero la condición de los sitiados en el amanecer del día 17 era desesperante. Un numeroso contingente se había infiltrado por la avenida Rivadavia y avanzaba hasta Liniers para tomar al enemigo entre dos flancos.

Mientras tanto, en La Boca se libraba la Batalla de Caminito, tal como la denominó el sociólogo francés Jacques Moncassin: “Allí, en el cuerpo a cuerpo de la infantería contra el pueblo, fue cuando la guerra se decidió. Los soldados, que tenían un mayor entrenamiento y que contaban con un armamento my superior, se negaron a rematar a sus enemigos. Fue en la Batalla de Caminito donde se inició la deserción masiva de efectivos militares. Los soldados se pasaban al otro bando”.

A las siete de la mañana despegaron los mortales Mingos de la fuerza aérea con la orden de bombardear a los invasores.


Enrique Symns - “Invitación al abismo”

jueves, 20 de mayo de 2010

14) TELÉFONO ROJO


Desde los sangrientos sucesos de San Agustín, el gobierno de los Estados Unidos fue retirando lenta y progresivamente todo su apoyo al argentino. A través de sus informantes infiltrados en las distintas esferas del poder, Washington comprendió que no existían proyectos de golpes militares factibles de ser apoyados ni proyectos políticos que solventar. Durante todo el proceso que siguió a la rebelión agustiniana los expertos del Norte se dedicaron pacientemente a observar y analizar la evolución del conflicto. A fines de noviembre, la gravedad de la crisis argentina radicaba en la posibilidad de que se tornara continental.

Fue entonces que el alto mando de las fuerzas armadas presentó un proyecto desesperado. Lo llamaron Happy Year por ser un proyecto de rápida ejecución y con un alto porcentaje de éxito. El plan consistía en un ataque masivo de la fuerza aérea sobre las masas que se cernían sobre la capital. Se utilizarían bombas sofisticadas como las Neutrinas, llamadas así por su alto poder destructivo, con un radio de acción de casi quinientos metros por proyectil.

A continuación, o casi al mismo tiempo, se producía un desembarco masivo de marines que impondrían el orden en el caos reinante después del bombardeo. Todo el operativo culminaría en tres días. El teléfono rojo no cesó de funcionar en esos días. El presidente ruso conocía a grandes rasgos las características del plan Happy Year y se oponía rotundamente a su utilización. Si bien en 1999 la estabilidad del poder mundial había sufrido un peligroso desequilibrio favorable a los norteamericanos, éstos estaban lejos de considerar la posibilidad de un conflicto mundial y menos aún cuando su propia base territorial se veía amenazada por graves conflictos.

La Argentina era un ghetto. Sin comercio exterior ni turismo, interrumpida la mayor parte de los vuelos internacionales y con un riguroso control de la información, se hallaba aislada del resto del mundo. Mientras el corazón de todos los humildes y desesperados de América leía atentamente las entrelíneas de diarios y noticieros, el destino de Buenos Aires y de la Argentina se decidía en los tableros de las grandes potencias mundiales.


Enrique Symns - “Invitación al abismo”