lunes, 19 de julio de 2010

18) ¡CIUDAD TOMADA!

Mucho antes de que invasores y defensores lo advirtieran, Buenos Aires ya había caído.

Era tan grande el caos que cundía en ambos bandos que se suponían focos de resistencia donde no los había o se veían avanzar ejércitos donde éstos se habían retirado. Pero la carga más pesada del caos la tenían el ejército y el resto de las fuerzas armadas. Era el momento de defender la ciudad calle por calle y de prepararse a sostener una guerra civil prolongada y cruel, pero la indisciplina y la deserción desconstituyeron el poder orgánico de los defensores. La mayor parte de los soldados eran los así llamados cabecitas negras y producían sabotajes, robaban armas y ejecutaban oficiales. El alto mando decidió una invisible retirada hacia Campo de Mayo para atrincherarse allí y preparar un contraataque. Tal contraataque nunca existió.

El 19 de diciembre la ciudad se dio por tomada. Los diarios Clarín y La Nación, tomados por la planta de trabajadores, publicaron sendos espectaculares títulos: “¡Triunfó la revolución!” y “¡Cayó la dictadura!”. Nadie aclaraba -porque nadie lo sabía- de qué clase de revolución se trataba ni quiénes eran los nuevos gobernantes.

Salvador Aón, Rogelio Duarte y los hermanos Catenacci, las cabezas visibles de la revuelta, habían instalado su bunker en pleno centro de la ciudad, en Corrientes y Billinghurst. Allí planificaron la estrategia a adoptar. Tenían muchos y graves problemas. Las toneladas de cocaína que se habían repartido entre la masa de combatientes amenazaban con convertirse en un arma de doble filo, ya que se iniciaban ahora la matanza y el saqueo. Si bien habían derrotado al ejército, ahora tenían que iniciar una nueva y desgastante guerra contra las bandas y pandillas que gobernaban la ciudad.

Decenas de miles de personas festejaban enfervorizadas recorriendo la ciudad y por las noches aún se sucedían combates aislados.

El Congreso y la Casa Rosada fueron los últimos bastiones del sistema en rendirse. La vida de los granaderos fue respetada, pero decenas de diputados y senadores, así como tres ministros y otros funcionarios, fueron hechos prisioneros y juzgados sumariamente por un tribunal presidido por Salvador Aón. Había solamente dos sentencias: libertad o fusilamiento.

Enrique Symns - “Invitación al abismo”


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