viernes, 25 de diciembre de 2009

10) GUERRA EN LOS BARRIOS

La ciudad de Buenos Aires, que en 1999 iba a ser el epicentro de un auténtico terremoto social, fue sufriendo profundas transformaciones durante el transcurso de la década. La migración descontrolada provocó grandes problemas de convivencia entre los porteños. El conurbano avanzó hacia el centro y pronto la ciudad sobrepasó con amplitud su capacidad habitacional. Las autopistas se convirtieron en el techo de innumerables colonias de inmigrantes y todas las fábricas abandonadas del cordón industrial fueron tomadas por asalto, creando abigarrados barrios dentro de otros barrios.


Pero el problema de vivienda no era el más grave. La desocupación forzó las estadísticas de delincuencia. El desabastecimiento generó un mercado ilegal de alimentos y productos de primera necesidad. En oficinas, bares y hasta en las calles se traficaban computadoras, manteca, armas, cocaína o remedios.

Esa nueva ciudad marginal -que fue creciendo ante la desidia y la indiferencia que caracterizó siempre a los porteños- estaba organizada en "tribus" y en "bandas". Las tribus tenían ley, una ética propia y hasta cierta ideología. Las bandas, en cambio, eran ejemplares de la peor marginalidad y ejercían la violencia del ciego herido que golpea todo lo que se mueve en su entorno. Instintivamente, estas bandas y tribus comenzaron a disputarse los mercados de drogas y el poder de la ciudad en cuanto presintieron el advenimiento de un caos que podía favorecer sus proyectos.

El cuestionado decreto del 10 de julio de 1995 -por el cual se castigaba con pena de muerte los delitos contra la propiedad, si estaban acompañados por secuestro y/u homicidio- no hizo más que generar una delincuencia más peligrosa, que no dejaba testigos.

El gobierno concentró todo el poder de su aparato represivo en defender la ciudad de la anunciada invasión del interior, y por tanto desprotegió el orden interno. En Quilmes, La Boca, Lanús y Barracas las bandas se enfrentaban en la vía pública, produciendo continuas muertes. Los partidos de fútbol, los recitales de rock y hasta las fiestas patrias fueron utilizados como campos de combate.

En agosto de 1999 las crónicas policiales ocupaban la primera página de todos los diarios y las estadísticas batían récords. En tal estado de fragilidad la ciudad se preparaba para recibir la avalancha.


Enrique Symns - “Invitación al abismo”

Fotos: Indymedia Rosario y Web

jueves, 5 de febrero de 2009

9) El apagón


El apagón que sufrió la ciudad de Buenos Aires hizo evidente para los pobladores algo que las autoridades intentaban vanamente ocultar: además del movimiento de masas hacia el conurbano, ya existían grupos organizados trabajando desde adentro.

El 2 de noviembre se produjeron dos sabotajes que interrumpieron el transporte de energía eléctrica hacia la Capital. A la altura del Barrio Pepsi, en Florencio Varela, fue dinamitada la red troncal de alta tensión proveniente del Chocón. Dos horas después, en un atentado de similares características, fueron voladas las turbinas de Puerto Nuevo. Los dos atentados, unidos a las cíclicas faltas de lluvia, con la consiguiente inutilización de los embalses, provocaron un apagón casi completo en toda la ciudad. Al día siguiente la usina de Bahía Blanca fue tomada por asalto e inutilizada, un golpe casi definitivo contra el sistema eléctrico.

Aquellos fueron los días más dramáticos y caóticos de la historia argentina, y así lo describe Jacques Moncassin: “Los efectos del atentado fueron múltiples. El primer día lo más notorio fue la desconexión informativa que se produjo. Millones de personas dejaron de recibir el incesante alimento informativo que los mantenía unidos a la realidad. Sin radio ni televisión, sin que los diarios pudieran editar y distribuir normalmente sus ediciones, los rumores y las falsas alarmas recorrían la ciudad como un río envenenado. Después aparecieron los efectos más visibles: la putrefacción de los alimentos y el consecuente desabastecimiento. Durante el día las calles eran un hormiguero descontrolado de hombres y mujeres en busca de alimentos, querosén, velas y, sobre todo, armas para defender sus hogares. Con el atardecer, Buenos Aires se iba transformando en una ciudad fantasma sólo recorrida por patrullas de defensa civil, policía y también pequeños grupos de delincuentes que asolaban mercados, armerías y viviendas. Docenas de violaciones y asesinatos, continuos enfrentamientos entre fuerzas del orden y pandillas llenaban las estadísticas cotidianas”.

A pesar de todo, la defensa de la ciudad continuaba organizándose implacablemente.

Enrique Symns - “Invitación al abismo”