sábado, 11 de agosto de 2007

Sí matarás


Los diez mandamientos diseñados por Moisés constituyen una compleja clave prohibitiva y, al ser enumerados correlativamente, no dejan claro si existe o no una categorización de lo prohibido: ¿el primer mandamiento es más importante que el décimo o los diez mandamientos tienen el mismo valor?

Resulta evidente que, en la realidad de los hechos, es el quinto mandamiento (“No matarás”) el que más conflictivamente legisló las conductas humanas, obligando a cada individuo a elegir entre la transgresión o el cumplimiento de la ley. La mayor parte de los seres humanos que acataron la ley fueron capaces de transgredir los otros nueve mandatos sin que se atreviesen jamás a matar a un semejante. Sólo aquellos que han matado saben que jamás se mata a un “semejante” (tal cosa sería un suicidio, que ocasionalmente se comete) sino que siempre se elimina a un “diferente”.

Es decir, alguien que no acepta ser como yo quiero que sea, alguien que se niega a ver el mundo tal como yo lo veo, alguien que con sus actos, su aspecto físico, sus ideas, se diferencia de mí. En realidad, los restantes mandamientos son sólo la apoyatura ideológica, el desarrollo dramático del “¡no me mates!”.
No desearás la mujer de tu prójimo, para no matarlo. Honrarás padre y madre, para no matarlos.

La invención de la ley, la necesidad de dictarla, parece señalar la evidencia de que el acto de matar es una actividad humana natural a la que es necesario limitar.
Son mandatos. No se trata de una ética invitación a ajustar la conducta, orientándola hacia una natural tendencia pacífica del hombre. Son órdenes que representan a un mando y que, por tanto, pueden acatarse o desobedecerse.

El acatamiento a esa imposición legislada impide la elección y crea en el acatador la paulatina tendencia a la discapacidad: no puede ejercer su derecho a matar, supuestamente tan natural como su derecho a caminar.

Sin embargo, el mandato admite la excepción a la ley: la guerra, esa parodia siniestra que se disfraza y manipula la violencia natural para seleccionar a quienes se mata. Un individuo que en su vida privada es incapaz literalmente de matar una mosca, en cuanto se lo ordena el mandato se convierte en el más feroz de los asesinos: mata en el anonimato, a hombres desconocidos, sin motivaciones personales que lo vinculen mediante algún odio con esa víctima específica, justificado por absurdas consignas patrióticas, religiosas o políticas, en conflictos que -resuélvanse o no- no ejercen ninguna influencia beneficiosa en su entramado vincular cotidiano. Hasta un asesino violador de niños es más humano que este monstruo que arroja una bomba sobre un enemigo abstracto. Uno mata por deseo; el otro mata por matar.

En tiempos de paz los hombres igualmente se matan unos a otros, disparándose granadas de virus, de hambre, de pestes emocionales, de intolerancias y de ambiciones, que nada tienen que ver con la defensa de lo territorial. Se disparan balas que no se ven. Se matan entre sí, tratando de no darse cuenta.

¿Y qué es matar?

Es seguir el impulso que reacciona contra todo aquello que se identifica como obstáculo. Hasta eliminarlo.

Reconocer la capacidad de matar -palparla, sentirla, comprobar que existe, adquirir la certeza de esa potencia asesina- nos confirma como humanos, nos provee de energía vital, abre las puertas de la celda de nuestro animal acorralado.
El poder del mundo que se nos opone está sustentado en la capacidad de eliminar masivamente a hombres abstractos. Es probable que ni Hitler, ni Bush, ni Einstein, ni Videla hayan matado nunca a nadie: crearon las condiciones o elaboraron el mandato. Delegaban. Ese sistema delegativo nos convierte a todos los seres humanos en víctimas, victimarios y también en cómplices de ese abominable mecanismo de eliminación.

El poder personal, en cambio, está basado en la capacidad de provocar una muerte concreta en nuestro entorno circunstancial para quebrar esa conspiración siniestra de asesinatos invisibles y criminales desconocidos.

“Sí, matarás”: eso necesita escuchar la voz de sí mismo para reconocer la fuerza de las ganas de vivir intensamente. Sería en verdad nefasto que los hombres tuvieran más miedo de matar que de morir.

Morir es bastante sencillo. Matarnos lo hacen todos los días. Sobreviven los que resultan convenientes o los que no se hacen muy visibles al ojo de los gatillos. El mito falaz de aquella primitiva orden de hombres conviviendo caóticamente, sin ley, matándose arbitrariamente en la lucha por el alimento o por la posesión de las hembras, fue creado para sustentar un sistema organizado y racional que provoque sin juzgamiento las matanzas más crueles de la historia humana.

Fue la ley la que creó el crimen. La crueldad humana se desarrolló sofisticando sus métodos de destrucción, alimentándose de las raíces corruptas de esa prohibición que al señalarla surge con más fuerza, con la finalidad de concentrar el poder de matar en un sistema de creencias, en un estado, en una casta sacerdotal (llámense religiosos, políticos o militares) que decidiera los motivos de las matanzas.

La manada de aquellos viejos y sabios “monos” primitivos sabía administrar con eficacia su violencia.

La naturaleza de la vida nos dio el poder de matar y la naturaleza social nos convirtió en asesinos.

Sí, matarás.

Por dignidad. Por tu amigo. Por tu calle. Por tu amor. Por tu locura. Por el respeto que te debés. Por cazador o por guerrero. Por vengador.

O por humillado.

Mientras otros cumplen con el deber de matarnos, nosotros tenemos que recuperar el derecho a matarlos.


Enrique Symns - "Invitación al abismo"

Foto: Indymedia Rosario

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy buena idea...siempre pense que me gustaria encontrar mas material en la net de Enrique symns...No te da para mandarle un mail preguntandole si no quiere participar? Yo tengo su mail y lo revisa.

saludos.