domingo, 5 de agosto de 2007

El odio es una pistola fría


Hasta en el pentagrama frívolo del aroma a plano se está jugando la última batalla. Todas las charlas en los bares y las casas, todos los proyectos conversan los términos de la rendición: la guerra ha terminado.

Ha llegado la paz tan deseada por los comerciantes: el triunfo de la democracia asesina que mata con una invisible crueldad, crueldad más siniestra que la de los militares. En la tarjeta que el obrero marca a las seis de la mañana en la fábrica de filtros mecánicos para autos está ya dibujado el símbolo del Cuarto Reich, el implacable sueño de ordenar el mundo, la siniestra mente que somete a sus designios, la azarosa tirada de dados que la vida inventa. El orden es el intento del tiempo por matar la eternidad.

Desnudo, el plan nos dice con todo descaro: no hay más que esto. Todos los fantasmas de todas las miles de guerras y matanzas, de todas las luchas contra la esclavitud hoy brindan en las páginas de los diarios; aliviados, los bisnietos de los fantasmas lamen sus cadenas, porque ahora podrán tener sus cuatro paredes para cuidarse del cáncer.

Habrá ahora palabras de más sazonando un plato vacío. Una tela de ojos y la araña tejiendo en su miedo dormido. Tendrás esas luchas intestinas en la quietud: esa angustia que tanto te gusta, ese sufrimiento que inventás para no sentir el dolor del mundo que muerde, esa tristeza que te hace tan humano. Hay insectos nuevos: crecen en la desidia de la atención, anidan en ese laberinto mullido, casi shopping, que conecta el cariño con la dosis, la cama con el bar, todo el ruido que hacés con la boca para ocultar el silencio de tus actos.

El virus engramará sus mandatos en tu sinapsis.

En estos lugares que habito, ¿a qué jugaremos? La peste de la literatura, la música de la cárcel, las artes del consuelo. No habrá mal de amores sino amores del bien, como los locos de manicomio: un puré de rutinas para seguir moviendo las fichas de un juego perdido.

No son hombres aquellos que pueden imaginarse el mundo que viven. Ellos han vivido en un mundo imaginado y nada les duele y nada les goza. Odio ese futuro de plazoleta en donde los niños correrán en motos de video; odio al enemigo y acepto este destino. Seremos tragados para envenenarles el plan de sus siembras.

Estaremos en el corazón de todos los terremotos, en el cuchillo envenenado de todos los virus, vomitando junto a la furia de los volcanes. Resistiremos.

Brindo por esto: sobre la tumba del mundo escupirá uno de nosotros.

Enrique Symns - "Invitación al abismo"

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