viernes, 14 de noviembre de 2008

8) Los conspiradores

El inédito estallido social que se estaba gestando estuvo impulsado, desde sus inicios, por una también inédita casta de líderes caracterizada por su origen lumpenal.

Harfusch, El Libanés, gestor de los sangrientos hechos en San Agustín, se convirtió en un modelo referencial que luego adoptaron bandoleros, traficantes, contrabandistas y toda clase de marginados sociales. Un país que había agotado las ilusiones del pueblo a través de una innumerable lista de funcionarios corruptos y que estipuló el modelo delictivo desde las propias vidrieras estatales generó como contravirus el nacimiento de una nueva mitología. Una frase típica de la época, transmitida por las radios clandestinas y repetida por las publicaciones subterráneas era “Robar lo que nos han robado, matar lo que nos han matado”.

Salvador Aón, el lugarteniente del legendario Harfusch, deambuló clandestinamente por todo el país incentivando la revuelta.

A mediados de septiembre de 1999 se realizó la primera gran reunión conspirativa en la provincia de Neuquén. Roger Philips, en el ya citado Argentina, la marabunta de la historia, da testimonio de ese encuentro: “Tal como había sucedido en el bar La Olla, en San Agustín, el cónclave neuquino fue un encuentro oportuno y espontáneo de ciertas personalidades. Nadie llegó allí con un proyecto. Nadie tenía un plan o siquiera un propósito claro. El asalto a Buenos Aires se gestó entre borracheras y discusiones absurdas”.

Allí se conocieron Rogelio Duarte -famoso traficante de cocaína, cuya peculiar banda estaba conformada por una mayoría de indios tobas, chiriguanos y yagués-, el poderoso clan de los hermanos Catenacci, en representación de las provincias del norte, y otros líderes muertos con posterioridad en el asalto.

Estas fueron las declaraciones que con posterioridad hizo Salvador Aón para un matutino francés: “Nos dimos cuenta de que el país ya no era de nadie. No había país: era cosa de estirar la mano y tomarlo todo. Sólo teníamos que encontrar la forma de hacerlo. No era tan fácil mover una mano formada por millones de personas. Entonces pensamos en dejarlos ciegos. Un apagón en Buenos Aires, un apagón que los dejara ciegos”.

Enrique Symns - “Invitación al abismo”

3 comentarios:

Marcelo Dance dijo...

Yo era uno de los tantos lectores de la "Cerdos y Peces".
Uno podrá compartir o no muchos conceptos de Symns, pero sus escritos son de lectura obligada.
Ya estoy agregando este blog a mis favoritos, porque es la difusión lo que propagará esta locura infinita, esta sincera y desfachatada enfermedad de un lumpen que quizás jamás soñó con serlo...
Saludos!

Nippur dijo...

Que bueno que volvió a actualizar este lugar.

saludos

Unknown dijo...

Después de tantos años desaparecida, la revista Cerdos y Peces revive en la Internet. Se le augura una multitud de lectores globales.
Saludos desde MEdellín, Colombia.