domingo, 22 de agosto de 2010

21) EL ÚLTIMO DÍA DEL MILENIO

Y así llegó el 31 de diciembre de 1999. El último día del milenio y, para muchos, el último día de una forma de vida.

Fue un curioso fenómeno el que ocurrió ese día en Buenos Aires y en casi todas las ciudades del interior: la guerra fue olvidada, la violencia desapareció y, por primera vez en la historia del país, el pueblo, sumergido en una crisis inédita en la historia de Occidente, salió a festejar apasionadamente la bienvenida del nuevo año 2000. En los barrios se pusieron enormes mesas en las calles y todos los vecinos aportaban alimentos y bebidas, invitando incluso a los indigentes e invasores que pululaban sin rumbo por las calles. En pleno centro, en la calle Corrientes, en el Congreso, en Plaza Italia, se montaban banquetes de pordioseros dirigidos por los pizzeros y dueños de restaurantes de cada zona. Decenas de miles de desharrapados, a las doce de la noche, brindaron con tazas de ginebra o alcohol de quemar, masticando trozos de pollo o de rata.

La alegría y el delirio que esa noche circularon por las calles del país no estaban seguramente avalados por las posibilidades del futuro. Cin mil marines se aprestaban a desembarcar en Porto Alegre y en Montevideo con la intención de invadir la Argentina. En Uruguay, Víctor Sendic organizaba la defensa de la ciudad mientras, inútilmente, trataba de establecer contacto con los revolucionarios argentinos. Las tropas argentinas, alentadas por el avance de las fuerzas imperiales, se reagrupaban y preparaban un feroz contraataque sobre la ciudad. El presidente Hale y el premier ruso Romashín no discutían ya la invasión a Buenos Aires sino la utilización o no de una bomba de neutrones sobre la capital argentina. La peste del hambre se cernía como la mayor y más terrible de las amenazas del futuro. Mas de tres millones de cadáveres yacían por los alrededores de la ciudad y millones de personas circulaban por el país tratando de encontrar un nuevo destino.

Pero esa noche se festejó como si fuera la última.

En la Casa Rosada también se festejaba.

Un traficante de drogas, un matarife italiano y un terrorista libanés se emborrachaban sentados sobre las barandas del famoso balcón en donde los hombres de mayor poder de la historia se habían asomado para dirigir multitudes. Salvador Aón, César Catenacci y Rogelio Duarte tomaban ginebra del cuello de la botella y observaban extasiados el cielo estrellado.

La leyenda cuenta que a las doce de la noche Salvador Aón, tomando el último trago, arrojó la botella a la calle y exclamó: “¡Bienvenido seas, maldito siglo XXI! ¡Aquí estamos!”. Y la botella de Bols estalló en pedazos sobre las escalinatas de la Casa Rosada.


FIN

Enrique Symns - “Invitación al abismo”
Fotos originales: 1 y 2.

miércoles, 11 de agosto de 2010

20) LOS ÚLTIMOS DÍAS DEL MILENIO

El mundo observaba azorado la explosión humana que había destruido la sociedad argentina. Los últimos días de 1999 se caracterizaron por la vigencia de una discusión planetaria. Una polémica que recorría los canales de televisión, las editoriales de todos los diarios y los gabinetes de todos los países. Dice Roger Philips en su libro Argentina, la marabunta de la historia: “El fenómeno argentino era inclasificable. Aquello no era una revolución de izquierda, ni siquiera anarquista: era un estallido comandado por delincuentes y marginales. Nadie podía imaginarse ninguna forma de gobierno ni de organización social. Era la absoluta derrota del futuro, la siniestra amenaza de una descomposición del sistema occidental de convivencia”.

En Buenos Aires, mientras tanto, las huestes de Salvador Aón intentaban las primeras formas de orden y organización. El 28 de diciembre fueron tomadas las radios y los canales de televisión y durante todo el día se emitieron mensajes llamando a la calma y al orden. Paralelamente se insinuaba la elección de un nuevo gobierno encabezado por el comandante Aón y los otros cabecillas de la invasión.

Si bien la violencia había saciado su sed en las calles, nuevas amenazas se cernían sobre la ciudad. Iba a ser necesario desalojar a más de cuatro millones de personas que dormían en parques y escaleras, en casas tomadas, en el Jardín Botánico, en las calles y hasta en las azoteas de los edificios. Millones de personas que cada día era necesario alimentar para que los saqueos no volvieran a iniciarse.

El problema del alimento se estaba tornando muy grave. La falta de comunicaciones, el abandono de las fuerzas de trabajo y la consiguiente falta de producción, la interrupción del comercio exterior y el agotamiento de las reservas en los grandes supermercados indicaban que pronto llegaría a la Argentina la peor de las pestes: el hambre. Masiva, sin distinción de clases sociales. Era urgente recomponer el país, movilizar nuevamente las pesadas ruedas de la producción. ¿Pero cómo se haría? Nadie estaba dispuesto a obedecer ni a regresar a trabajos o empleos que detestaba. Habían salido a matar y a romper el mundo para no regresar nunca a sus miserias.

En el Uruguay, a todo esto, Víctor Sendic preparaba un levantamiento que en pocas semanas haría caer el despiadado co-gobierno del general Martínez y de Luis Bustos. En Brasil, el levantamiento negro en Minas Gerais amenazaba con desencadenar una matanza de blancos en todo el territorio. Estados Unidos ya había decidido su intervención, aún sin el consentimiento de los rusos. En Washington se preparaban los planes de la invasión.


Enrique Symns - “Invitación al abismo”