viernes, 30 de julio de 2010

19) LA GUERRA DE PAPÁ NOEL

La pesadilla parecía eternizarse para los sufridos pobladores de Buenos Aires. La guerra contra el ejército y la clase política había terminado. Ahora lucharían los civiles entre sí por la posesión del poder. Las tribus y pandillas locales se habían atrincherado en sus zonas de liderazgo natural: Barracas, San Telmo, La Boca, Villa Crespo y ciertos barrios del conurbano. Carecían de unión entre ellas y tampoco tenían un líder que las condujera. Luchaban separadamente, usando estrategias diferentes. Si triunfaban en la lucha contra los provincianos, seguirían combatiendo entre ellas tratando de ampliar sus territorios. Pero los invasores decidieron dar el primer golpe, y mucho antes de lo esperado. Fue la denominada Navidad Sangrienta.


El 24 de diciembre de 1999 al atardecer, Salvador Aón, César Catenacci (su hermano Genaro había sido muerto en la batalla) y Rogelio Duarte comandaron tres grupos de extermino que se adentraron en los territorios enemigos. Habían realizado un minucioso estudio previo para ubicar las madrigueras y aguantaderos de los principales cabecillas barriales.

Encaramados en camiones, automóviles y hasta patrulleros, una lenta procesión se dirigió hacia el sur. Salvador Aón invadió La Boca mientras Rogelio Duarte combatía en San Telmo. El Parque Lezama se convirtió en el cuartel general de los provincianos, desde donde ametrallaban y cañoneaban los edificios linderos. La matanza fue calle por calle, conventillo por conventillo. Las temidas hordas norteñas de César Catenacci llevaban la batalla más dura en Barracas y debieron recibir posterior ayuda de sus compinches para hacer retroceder al enemigo hasta el río y empujarlo a la provincia. Se combatió durante toda la noche y, cuando las bandas del oeste avanzaron hacia el centro, alertadas del sorpresivo ataque, se encontraron con una guerra perdida. Los enfrentamientos siguieron durante el 25 y el 26 en Villa Crespo y Mataderos. Pero el triunfo ya estaba decidido. Esa noche fueron ajusticiados más de mil proxenetas, vendedores de drogas, pistoleros y otros malvivientes, además de los caídos combatiendo. Decididamente, el poder absoluto de un país partido e incomunicado estaba en manos del trío de provincianos que tomaron la ciudad. Salvador Aón era el jefe indiscutido de la revolución, así como Harfusch, El Libanés, era su símbolo.

Los últimos disparos que se escucharon en Buenos Aires sonaron el día 27 a la mañana: dos violadores fueron fusilados en la calle Corrientes. La guerra había terminado.

Enrique Symns - “Invitación al abismo”
Fotos originales: 1 y 2.

lunes, 19 de julio de 2010

18) ¡CIUDAD TOMADA!

Mucho antes de que invasores y defensores lo advirtieran, Buenos Aires ya había caído.

Era tan grande el caos que cundía en ambos bandos que se suponían focos de resistencia donde no los había o se veían avanzar ejércitos donde éstos se habían retirado. Pero la carga más pesada del caos la tenían el ejército y el resto de las fuerzas armadas. Era el momento de defender la ciudad calle por calle y de prepararse a sostener una guerra civil prolongada y cruel, pero la indisciplina y la deserción desconstituyeron el poder orgánico de los defensores. La mayor parte de los soldados eran los así llamados cabecitas negras y producían sabotajes, robaban armas y ejecutaban oficiales. El alto mando decidió una invisible retirada hacia Campo de Mayo para atrincherarse allí y preparar un contraataque. Tal contraataque nunca existió.

El 19 de diciembre la ciudad se dio por tomada. Los diarios Clarín y La Nación, tomados por la planta de trabajadores, publicaron sendos espectaculares títulos: “¡Triunfó la revolución!” y “¡Cayó la dictadura!”. Nadie aclaraba -porque nadie lo sabía- de qué clase de revolución se trataba ni quiénes eran los nuevos gobernantes.

Salvador Aón, Rogelio Duarte y los hermanos Catenacci, las cabezas visibles de la revuelta, habían instalado su bunker en pleno centro de la ciudad, en Corrientes y Billinghurst. Allí planificaron la estrategia a adoptar. Tenían muchos y graves problemas. Las toneladas de cocaína que se habían repartido entre la masa de combatientes amenazaban con convertirse en un arma de doble filo, ya que se iniciaban ahora la matanza y el saqueo. Si bien habían derrotado al ejército, ahora tenían que iniciar una nueva y desgastante guerra contra las bandas y pandillas que gobernaban la ciudad.

Decenas de miles de personas festejaban enfervorizadas recorriendo la ciudad y por las noches aún se sucedían combates aislados.

El Congreso y la Casa Rosada fueron los últimos bastiones del sistema en rendirse. La vida de los granaderos fue respetada, pero decenas de diputados y senadores, así como tres ministros y otros funcionarios, fueron hechos prisioneros y juzgados sumariamente por un tribunal presidido por Salvador Aón. Había solamente dos sentencias: libertad o fusilamiento.

Enrique Symns - “Invitación al abismo”